Las chicas de Oro
María de zayas, por la dignidad de la mujer
Imagina que participas en un concurso de televisión y una sola pregunta te separa de ganar el premio final: ¿Podrías nombrar a cinco literatos del Siglo de Oro español?. La tranquilidad invade tu cuerpo porque, de corrido, podrías mencionar a Miguel de Cervantes, Lope, Quevedo, Góngora, Tirso de Molina, Ruiz de Alarcón, Baltasar Gracián o Calderón de la Barca… ¡ocho nada menos!.
Sin embargo, ¿y si simplemente la pregunta cambiara su género? ¿Nombraría usted cinco literatas del Siglo de Oro español? El sudor recorrería tu cuerpo. No te esfuerces… por más que recurrieras al comodín de la llamada, es probable que no recordaras más de dos mujeres escritoras de los siglos XVI y XVII… o al menos, ese es mi caso: Santa Teresa de Jesús y Sor Juana Inés de la Cruz.
En nuestro favor debemos alegar que la culpa no nos corresponde totalmente. A pesar de que se ha estudiado muchísimo sobre el Siglo de Oro de las letras españolas y profundizado en la vida y obra de sus autores masculinos, tradicionalmente nuestro sistema educativo ha mantenido en un segundo plano a las escritoras de esta época. No obstante, lo cierto es que, aunque no se hayan visibilizado, existieron autoras que escribieron y publicaron durante la etapa de mayor esplendor artístico español… si bien no lo tuvieron nada fácil.
un siglo de oro esencialmente masculino_
Cuando hablamos del Siglo de Oro español nos referimos al periodo histórico que abarca desde 1492 (con la conquista de América y la publicación de la Gramática de Nebrija) y hasta 1691 (con la firma del Tratado de los Pirineos entre España y Francia y la muerte de Calderón de la Barca, último gran autor de la época). Casi dos siglos en los que los artistas y escritores españoles alumbraron uno de los momentos más ricos para las artes universales, especialmente en el ámbito de las letras… masculinas.
Aunque antes del 1600 apenas encontramos obras escritas por mujeres, a partir de esa fecha se produjo un aumento en la producción y la visibilidad de escritoras femeninas que, si bien seguían sin contar con el mismo reconocimiento del que disfrutaban los hombres, sí fueron muy leídas. Una de ellas, la madrileña María de Zayas, llegó a ser la autora más valorada de este periodo.
la mujer en el siglo de oro_
Para poder comprender el contexto de la obra de Zayas, es muy necesario entender el papel de la mujer en el momento histórico en el que le tocó vivir… un período en el que España se movía a caballo entre el esplendor del Imperio y su cada vez más patente decadencia, entregada en cuerpo y alma a una desmesurada devoción católica.
Y es que, aunque en el siglo XVI se produjo cierto avance en la consideración social de la mujer, el Concilio de Trento (1563) se encargó de sistematizar un entramado jurídico-teológico-ideológico que limitaba toda actividad femenina al matrimonio o a la reclusión en un convento.
Aunque en teoría Trento consideraba la institución matrimonial como “un contrato y una obligación por el que cada uno de los cónyuges pagaba con su cuerpo al otro”, en la práctica la ley resultaba mucho más severa en el caso de infracción por parte de la esposa.
la perfecta casada_
Las ideas misóginas estuvieron tan normalizadas en la sociedad del Siglo de Oro que a menudo fueron compendiadas en tratados como La perfecta casada, escrito por Fray Luis de León en 1583, que se convirtió en el volumen predilecto durante varias generaciones para la educación de las mujeres.
A lo largo de sus capítulos, se describe el ideal al que, según los prejuicios de la época, toda mujer debía aspirar, y que se encontraba personificado en la figura de la Virgen María.
La mujer era vista como un ser imprevisible al que el hombre debía controlar, una actitud que se potenció durante el siglo XVII.
protectora de la honra familiar_
El papel social de la mujer estaba condicionado por la desconfianza, pues en ella residía la responsabilidad de salvaguardar la honra familiar, piedra angular en la vida cotidiana de este tiempo.
El precepto de la honra sólo estaba presente en las clases nobles, ya que se consideraba que las clases bajas carecían de ella. Su custodia era responsabilidad de los hombres de la familia, que debían cuidar de la correcta conducta de la mujer, de ahí el celo de padres y maridos, que por miedo decidían mantener encerradas en sus domicilios a sus hijas y esposas.
“[La honestidad] es como el ser y la substancia de la casada; porque, si no tiene esto, no es ya mujer, sino alevosa ramera y vilísimo cieno, y basura lo más hedionda de todas y la más despreciada”. Fragmento de La perfecta casada. Fray Luis de León.
la mujer “virtuosa”_
Las contadas veces que una mujer ponía un pie fuera de su hogar lo hacía guardada por un séquito de vigilantes, responsables de que la rectitud de sus protegidas no se viera comprometida. Así, cuando salía a la calle, únicamente podía mostrar el rostro, las manos y parte del cuello… incluso los pies se mantenían ocultos, pues el recato y la castidad, y por tanto el ocultamiento casi total de su anatomía, se consideraban imprescindibles para cualquier mujer decente.
Ni que decir tiene que sus rostros debían aparecer desprovistos de cualquier tipo de maquillaje o adorno, tal y como se esperaba de las mujeres virtuosas de la época.
“Éste, pues, sea su verdadero aderezo (...) Tiendan las manos, y reciban en ellas
el agua sacada de la tinaja, (...) llévenla al rostro (...) y hasta que todo el rostro quede limpio no cesen; y después, dejando el agua, límpiense con paño áspero, y queden así más hermosas que el sol”. Fragmento de La perfecta casada. Fray Luis de León.
una vida limitada al hogar_
La mujer noble tenía asignado y acotado su espacio de esparcimiento: la casa. Allí criaría a sus hijos y realizaría la tarea doméstica. La castidad y el rezo terminaban por configurar su espacio existencial.
Incluso llegó a cuestionarse la moralidad de las denominadas “mujeres ventaneras”, aquellas que se asomaban o siquiera reposaban el brazo en el alféizar de sus ventanas, tratando de atisbar la vida que se les negaba en el exterior.
“Su andar ha de ser en su casa (...), por eso no ha de andar fuera nunca, y que, porque sus pies son para rodear sus rincones, entienda que no los tiene para rodear los campos y las calles...” Fragmento de La perfecta casada. Fray Luis de León.
dependencia económica forzosa_
Obviamente, esta marginación femenina también aplicaba en el mundo laboral. A partir del siglo XVII, el trabajo de las mujeres nobles fue considerado deshonesto e infamante.
Sin embargo, y curiosamente, la mujer debía seguir trabajando en su entorno doméstico, una actividad que no se encontraba retribuida ni considerada socialmente, lo cual terminaba generando una dependencia económica de la mujer hacia su marido.
La única función de la mujer del Siglo de Oro era la de cuidar del espacio privado del hombre mientras este se desarrollaba en el público, que le ofrecía crecientes oportunidades educativas, económicas y militares. Habiendo perdido su función activa y económica en la vida social, la mujer se convertía en un ser dependiente, aislado y depreciado.
la “ignorancia enseñada”_
El silencio era considerado otra de las grandes virtudes de la mujer cristiana, siguiendo el ejemplo de la Virgen.
“Es justo que se precien de callar todas (...) porque en todas es, no sólo condición agradable, sino virtud debida, el silencio y el hablar poco. (...) Porque, así como la naturaleza (...) hizo a las mujeres para que encerradas guardasen la casa, así las obligó a que cerrasen la boca”. Fragmento de La perfecta casada. Fray Luis de León.
La mujer tampoco tenía acceso al aprendizaje o la cultura, y mucho menos al derecho de expresarse a través de ésta. Únicamente se le concedía acceso limitado a aquella instrucción que le permitiese encargarse de la educación de sus hijos.
En vez de ser educadas, las mujeres experimentaban una condición de “ignorancia enseñada”, ya que su experiencia no podía siquiera apoyarse en una historia colectiva previa de mujeres instruidas.
La realidad es que, en un mundo de hombres, resultaba peligroso que la mujer aprendiera a leer… y mucho más a escribir. En el primer caso existía cierta tolerancia, ya que la lectura de la Biblia se consideraba el camino recto hacia el orden y la armonía que caracterizaban a una buena mujer, fuera monja regular o una perfecta casada. No obstante, en cualquiera de los dos casos debía existir la seguridad de que un hombre responsable controlara los textos a los que la mujer tenía acceso, en el primer caso el confesor y en el segundo el marido.
“Así como a la mujer buena y honesta la naturaleza no la hizo para el estudio de las ciencias ni para los negocios de dificultades, sino para un solo oficio simple y doméstico, así les limitó el entender, y por consiguiente, les tasó las palabras y las razones”. Fragmento de La perfecta casada. Fray Luis de León.
separadas del aprendizaje y la cultura_
Al no existir un sistema educativo reglado, la decisión de que una mujer aprendiera o no a leer recalaba en su padre o marido, siempre que este lo considerara necesario para que aquella pudiera ayudar en las labores administrativas de su hogar.
La enseñanza de la escritura a una mujer estaba, sin embargo, mucho más limitada, con el fin de evitar que pudiera materializar y perpetuar sus pensamientos en un soporte duradero y difundible.
Desde la invención de la imprenta en 1440, y hasta el principio del siglo XVII, el índice de mujeres alfabetizadas en España, en función de las zonas, osciló entre un 0% y un 6%… una limitación que, a la postre, terminaba por anular todas sus posibilidades de independencia e iniciativa personal.
la única opción, el convento_
Sin embargo, y a pesar de todos los obstáculos existentes, existieron mujeres en los siglos XVI y XVII que no se conformaron con la situación establecida y, en la medida de sus posibilidades, intentaron corregir y superar estas limitaciones, no sin dejar de sufrir el estigma social de quien osaba transgredir el orden establecido ya que las denominadas “bachilleras” nunca eran aceptadas.
En la mayoría de los casos sólo pudieron satisfacer esta aspiración a la educación ingresando como monjas en un convento, lugar que facilitaba a las novicias el acceso a la cultura y a las letras por una mera cuestión práctica: necesitaban la escritura y la lectura para la gestión, la dirección, la didáctica, la memoria, la oración, etc.
De esta manera, muchas de las religiosas podían dedicarse libremente, con tiempo y libertad, a leer y escribir, sin que nadie las forzara a casarse o tener hijos. Por contra, si la clausura aportó independencia intelectual a estas mujeres, también arrebató a muchas de ellas la celebridad que sin duda merecieron.
Las dos religiosas que mejor ejemplifican esta situación fueron Santa Teresa de Jesús (1515-1582) y sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695). La primera se convirtió en una de las mayores figuras de la cultura hispana en letras y filosofía y en doctora de la Iglesia; los escritos de la segunda rompieron barreras por lo avanzado de sus ideas, en defensa de la dignidad y los derechos de las mujeres.
mujeres valientes en un tiempo de hombres_
En el lado opuesto al de estas religiosas estuvieron las mujeres que, habiendo renunciado a tomar el hábito, siguieron luchando por desarrollar una carrera como escritoras. Las pocas que se atrevieron a dar el paso a la esfera pública fueron inicialmente vistas con reticencia y su obra recibida con suspicacia y rechazo.
Mujeres como Ana Caro, María de Guevara, Catalina de Erauso o María de Zayas destacaron en un tiempo de hombres. La última de ellas llegó a convertirse en la escritora española más leída del siglo XVII.
maría de zayas, “rara avis”_
Muy poco se sabe de la vida de María de Zayas y Sotomayor, tan sólo que nació el 12 de septiembre de 1590 en Madrid y que fue hija de Fernando de Zayas y Sotomayor y María de Barasa.
Los constantes traslados de su padre, capitán de infantería al servicio del conde de Lemos, permitieron a la joven María residir desde su infancia en ciudades como Nápoles o Granada, pero también a aprender a leer y escribir, gracias a las posibilidades y mentalidad abierta de sus progenitores, miembros de la baja nobleza madrileña.
Con el tiempo, María llegó a convertirse en miembro muy activa del ambiente intelectual del Madrid de su época, participando en certámenes y academias literarias, hasta el punto de que autores como Lope de Vega, por ejemplo, la conocieron y admiraron.
Sin embargo, y a pesar del respeto de escritores consagrados como el Fénix de los Ingenios, la literatura masculina de moda en el Siglo de Oro no ayudaba mucho a las damas escritoras, ya que en ella predominaba la misoginia, la crítica y la mofa hacia las mujeres.
defensora de los derechos femeninos_
Por contra, la obra de María de Zayas suponía una clara denuncia de la opresión en la que vivían las mujeres de su tiempo… un verdadero alegato a favor de los derechos femeninos y contra su discriminación, injusticia, maltrato físico o psicológico y encierro forzoso.
A través de sus personajes femeninos, la escritora madrileña criticó las ideas de la época sobre la honra y la virtud que, en su opinión, generaban en la sociedad una doble moral muy perjudicial para las mujeres.
Zayas afirmaba que la única solución a los problemas a los que se enfrentaban las mujeres de su época pasaba por una radical reforma de la educación femenina, que ayudara a las jóvenes a liberarse y a ser autosuficientes a través de la lectura y la escritura.
En su opinión, si las mujeres no eran cultas no era por falta de capacidades intelectuales sino por falta de oportunidades ya que, si se les llegaran a proporcionar libros y profesores, las mujeres estarían tan capacitadas como cualquier hombre para ocupar puestos de gobierno, cátedras universitarias… e incluso más.
“Y así, por tenernos sujetas desde que nacemos, vais enflaqueciendo nuestras fuerzas con los temores de la honra, y el entendimiento con el recato de la vergüenza, dándonos por espadas ruecas, y por libros almohadillas”. María de Zayas
mujeres empoderadas_
A diferencia de las personajes de las obras de sus contemporáneos masculinos, las protagonistas de la literatura de María de Zayas eran fuertes, seguras de sí mismas, decididas y no caían rendidas ante la atracción del galán de turno, sino que buscaban satisfacer sus necesidades sexuales o sus deseos de justicia, capaces por sí mismas de recuperar su honra o de vengarla.
Se trataba de una visión totalmente innovadora del papel de la mujer en la sociedad: mujeres empoderadas. Por todo ello, esta escritora es considerada hoy, junto con sor Juana Inés de la Cruz, como una de las primeras feministas premodernas de la historia de España.
Novelas amorosas y ejemplares (1637) y Parte segunda del Sarao y entretenimiento honesto (1647), dos colecciones de diez novelas, reeditadas más tarde con el título de Desengaños amorosos, contaron con un éxito extraordinario en su momento y convirtieron a María de Zayas en una autora de fama.
un nuevo rol de la mujer_
Sus obras siguieron reimprimiéndose hasta que, ya en el siglo XVIII, la Inquisición decidió prohibirlas (algo que curiosamente no ocurrió en su momento), etiquetándolas de “libertinas”, “obscenas” y “crudas”.
A pesar de la censura de la Inquisición, el siglo XVIII supuso un cambio radical en los usos y costumbres españolas con la instauración de la dinastía borbónica. Nuestro país comenzó a mirarse en el espejo de Francia y las mujeres adoptaron un nuevo papel social, más avanzado y liberal, no sin recelos.
Aunque la educación y la cultura siguieron estando restringidas para ellas, cada vez fueron más las que pudieron acceder a una formación más allá de su rol tradicional como amas de casa, pasando el centro intelectual femenino de los conventos a los salones nobiliarios.
Especialmente a partir del reinado de Carlos III, surgieron diversos grupos de creadoras y estudiosas pertenecientes a la nobleza, que se organizaron alrededor de tertulias y asociaciones benéficas, como la Junta de Damas de Honor y Mérito, y en algunos casos incluso pudieron ingresar en Academias, particularmente en la de Bellas Artes de San Fernando.
A pesar de su valor, la obra de María de Zayas permaneció olvidada durante siglos hasta que, ya en el XIX, otra escritora, Emilia Pardo Bazán, reivindicó la obra e ideas de la madrileña, incluyéndola en la colección Biblioteca de la Mujer, dirigida y financiada por la autora gallega.
la memoria de maría de zayas en la actualidad_
Injustamente enterrada bajo la losa de la historia, este monolito en la Calle Huertas de Madrid nos recuerda la memoria de una mujer adelantada a su tiempo cuya obra y reivindicaciones por la dignidad de la mujer conectan, tristemente, con nuestro siglo XXI.
Cuatro siglos después de su muerte, es necesario reivindicar y dar a conocer la obra de autoras como María de Zayas, pasadas por alto durante demasiado tiempo y sin las que el Oro de nuestro siglo XVII perdería demasiados quilates.