Be water... my friend
Río Manzanares, el fluir de la historia
¿Conoces la frase: “nadie puede bañarse dos veces en el mismo río”? La pronunció Heráclito, padre de la dialéctica, y aunque se refiere a que el cambio es la norma de la vida, parece que el filósofo griego no llegó a sumergirse en el Manzanares, nuestro castizo río, cuyo escaso caudal haría replantearse al sabio su “todo fluye”.
Y es que, aunque a los madrileños les gustaría navegar en su río al igual que los parisinos en el Sena o los londinenses en el Támesis, el Manzanares, aunque no sea considerado más que un humilde arroyo de montaña, tiene mucha historia que contar.
el valor de un buen río_
El espacio en el cual se enclava cualquier río reúne tradicionalmente una serie de intereses y posibilidades para el desarrollo de las comunidades humanas, motivo por el cual sus cauces han sido un bien demandado para cualquier población desde hace milenios.
Londres, Berlín, Roma, Estambul o París, todas ellas importantes capitales europeas, disfrutan de enormes y caudalosos ríos… y es que sin agua no hay vida, ni mucho menos ciudad.
A lo largo de la Historia, los ríos han sido determinantes para la fundación y desarrollo de los núcleos urbanos, que nacían y florecían en torno a ellos hasta convertirse en lugares prósperos para vivir.
El medio fluvial siempre fue considerado un recurso fundamental para el transporte, el abastecimiento, el aprovechamiento energético y agrícola, el saneamiento y el suministro de agua.
el río desde el siglo xvii_
Sin embargo, el siglo XVII lo cambió todo. Las ciudades crecieron hacia los llanos de inundación y muchas actividades ligadas al sector primario e industrial se fueron acercando a los cauces, hasta el punto de que el paisaje fluvial que se observa hoy en las áreas urbanas de muchas poblaciones es el resultado de una historia marcada por la dictadura de la ciudad.
Esta situación se intensificó con la Revolución Industrial, cuando las riberas urbanas de los ríos se vieron invadidas por numerosas industrias, infraestructuras de transporte y edificaciones privadas.
Ya en el siglo XIX, muchos cauces fluviales se cubrieron o canalizaron entre muros de hormigón, e incluso algunos ríos fueron expulsados de las ciudades.
la contaminación fluvial_
Una de las razones principales del maltrato que se dio a los tramos urbanos de algunos ríos fue la contaminación de sus aguas y los elementos asociados a este hecho, como los malos olores, la putrefacción, la aparición de ratas, animales muertos, etc.
Sus lechos se convirtieron en un espacio degradado y abandonado al que nadie quería acercarse al estar frecuentemente ocupados por los estamentos más bajos de la sociedad, de prácticas marginales, o por usos poco compatibles con los valores de un río, como la instalación de barracas, industrias, actividades degradadas, etc.
un valor en alza_
A medida que las aguas de los ríos fueron recuperando un cierto nivel de calidad, empezaron a desaparecer los problemas asociados a estas áreas urbanas y la sociedad redescubrió que los ríos son una parte fundamental del medio ambiente de gran valor para la población, transformándose en una parte sustancial del entorno.
El urbanismo actual ha vuelto a contar con los ríos, hasta el punto de que las zonas más cercanas a sus cauces han incrementado su valor social progresivamente. Sin embargo, en el caso de Madrid, no puede decirse que su río Manzanares haya formado nunca parte sustancial de la mentalidad de los madrileños.
Aquel “aprendiz de río”, como lo definió irónicamente don Francisco de Quevedo, nunca ha sido santo de la devoción capitalina a pesar de haber sido protagonista en campos tan diversos como la geología, la historia, la biología, la ornitología, la arquitectura, la ingeniería o el arte.
el nacimiento del manzanares_
Pero empecemos por el principio. Nuestro castizo río nace en el Ventisquero de la Condesa, un nevero de la Sierra de Guadarrama ubicado a 2.190 metros de altitud, perteneciente al término de Manzanares del Real del que toma su nombre.
En su recorrido, el Manzanares recorre hermosísimos parajes naturales como La Pedriza (Reserva de la Biosfera) o históricos, como el Castillo de los Mendoza. Sin embargo, al llegar al casco urbano madrileño, por mucho que su cauce haya aumentado, nuestro buen río se sigue comportando como un pobre riachuelo.
los puentes urbanos_
Sin embargo, y a pesar de que su débil cauce hídrico no es comparable al que lucen otras grandes capitales europeas, de lo que sí puede presumir el Manzanares es del recorrido histórico-artístico que, en forma de puentes, surca en su tramo urbano.
El Puente de los Franceses, el de la Reina Victoria, el Puente del Rey, el Puente de Segovia o el de Toledo, acompañan su cauce en un recorrido de 30 kilómetros por el término municipal, mientras se encamina hacia su desembocadura en el río Jarama, ya en el municipio de Rivas-Vaciamadrid, llamado así precisamente por ser el lugar donde, metafóricamente, “Madrid se vacía” a través de su más conocido afluente.
mayrit y el manzanares_
Aunque el río Manzanares no destaca desde el punto de vista geográfico, sí ha gozado de un papel clave en muchos momentos de la historia madrileña, desde época Paleolítica.
De hecho, el primitivo Mayrit nació en el siglo IX como una fortaleza musulmana destinada a defender el camino que había junto al río, amenazado por los reinos cristianos durante la Reconquista.
¿un río navegable?_
A pesar de su valor histórico, el Manzanares nunca respondió a las expectativas de lo que debía ser el río de la capital de imperio más poderoso de occidente, por lo que muchos gobernantes intentaron transformarlo.
En varias ocasiones se intentó que fuera navegable, e incluso se decidió construir en su ribera un puerto marítimo al que, idealmente, arribarían los barcos repletos de mercancías directamente desde el mar.
Cuando en una de sus visitas a Madrid Rodolfo II, emperador del Sacro Imperio Germano, afirmó que el Manzanares era “el mejor río del mundo” porque era el “único navegable a caballo” a causa de su exiguo cauce, a Felipe II la broma le hirió el orgullo de tal manera que decidió convertir el despreciado río en navegable.
El “Rey Prudente” se puso manos a la obra y planificó una vía acuática para el transporte de mercancías desde Lisboa y Cádiz, con un puerto marítimo situado en el mismísimo Manzanares.
En 1580, en pleno auge del imperio hispano, el ingeniero italiano Juan Bautista Antonelli presentó al monarca vallisoletano un plan para ensanchar los ríos Tajo y Manzanares desde Lisboa hasta Madrid, pasando por Toledo, de modo que los galeones españoles pudieran llegar cargados de oro y especias hasta la capital.
El plan consistía en unir las dos capitales desde el Tajo hasta el Manzanares, pasando por el Jarama… una obra faraónica que conllevaría ensanchar los tres ríos.
Tanta fe tenía Felipe II en el proyecto que llegaron a iniciarse los trabajos de construcción entre las ciudades de Abrantes y Alcántara, con excelentes resultados.
El proyecto habría seguido delante de no ser porque el segundo de los Austrias decidió movilizar todos los recursos del reino para la construcción de la malograda Armada Invencible y la invasión de Inglaterra.
Cuando el 8 de agosto de 1588 el mar se tragó los barcos de la “Grande y Felicísima Armada”, se llevó también a las profundidades los sueños de un puerto marítimo en el Manzanares.
El segundo intento para hacer del Manzanares un río navegable llegó casi un siglo después. El matemático e ingeniero Luis Carduchi planteó a Felipe IV la construcción de un canal desde el Tajo hasta Madrid… pero tampoco tuvo suerte, ya que el “Rey Planeta” no terminó de ver el proyecto muy claro y, finalmente, decidió abandonarlo.
Carlos III, en 1770, retomó el plan y ordenó abrir un canal navegable, pero la obra apenas alcanzó 10 kilómetros… una nimiedad si tenemos en cuenta los 625 que separan Madrid de Lisboa.
Años más tarde sería su nieto, Fernando VII, quien reemprendería el proyecto y lo prolongaría hasta Rivas, muy cerca del río Jarama. Se acometieron grandes trabajos, se reforestaron las riberas, se construyeron más esclusas… y de nuevo el proyecto se abandonó por las dificultades técnicas y los grandes recursos económicos que requería.
Con el tiempo, la mejora de las carreteras y la llegada del ferrocarril hicieron que la aspiración de hacer navegable el Manzanares perdiera todo su sentido. En total se construyeron 22 kilómetros de canal, con 14 metros de anchura y tres de calado, del que hoy se pueden contemplar algunos restos.
manzanares… ¿o guadarrama?_
Curiosamente, aunque todos lo conocemos como “Manzanares”, este no fue el nombre original de nuestro popular río.
En tiempos antiguos fue conocido como “Guadarrama”, palabra árabe que significa “río del arenal”. El Duque del Infantado decidió, ya en el siglo XVIII, rebautizarlo para que llevara el mismo nombre de su posesión principal, el territorio conocido como el Real de Manzanares. La denominación de Guadarrama quedó así limitada en exclusiva para el río que actualmente conocemos como tal.
burlas en el siglo de oro_
Tristemente, el Manzanares ha sido despreciado, maltratado y denostado por los habitantes de Madrid a lo largo de su historia. Incluso llegó a ser foco de burla por los más afamados autores del Siglo de Oro, a causa de lo modesto de su caudal.
Si Quevedo se refería al Manzanares como “aprendiz de río”, Tirso de Molina le dedicó estos versos:
“Como Alcalá y Salamanca tenéis, y no sois colegio, vacaciones en verano, y curso sólo en invierno”.
También Lope de Vega dejó clara su opinión acerca del Manzanares con motivo de la inauguración del Puente de Segovia, cuando aconsejó a los madrileños la venta del nuevo puente para comprar agua con que alimentar al río.
Por su parte, Miguel de Cervantes opinaba que el Manzanares era “un río metafísico, que sólo existe en la pluma de los poetas”. Y tenía razón… ya que su caudal no sirvió ni siquiera para calmar la sed de los madrileños.
fuente de inmundicia… y oficios_
Y es que la mayoría del agua que se consume en Madrid desde hace siglos procede de los ríos Lozoya y Jarama. Hasta mediados del siglo XIX, el agua que bebían los madrileños procedía de los viajes de agua, mientras que el Manzanares siempre fue el “desagüe” que recogía las aguas sucias de los madrileños después de su uso.
Pero no todo fue inmundicia entorno al río Manzanares. En sus riberas también se forjaron oficios, actualmente desaparecidos, que fueron clave para el desarrollo social y económico de la Villa. Lavanderas, pescadores, areneros, hortelanos y molineros, barqueros o bañeros aportaron buena parte del carácter pintoresco que llevó a artistas como Francisco de Goya a retratar en múltiples ocasiones el costumbrismo propio de nuestro castizo río.
los arrabales y el ocio_
Hasta comienzos del siglo XX, el río Manzanares marcaba el límite de la ciudad. Más allá empezaba otro Madrid, el llamado “granero” que alimentaba a la urbe, compuesto por enormes extensiones de campo y arrabales.
Durante los años 20, cuando comenzaron a desmantelarse los grandes suburbios chabolistas de Cambroneras e Injurias (a ambos lados de la actual Glorieta de Pirámides), el Manzanares se convirtió en zona de ocio y baño durante los veranos madrileños.
una trinchera natural_
Pocos años después, en 1936, el Manzanares se transformaría en una importante línea defensiva de Madrid durante la Guerra Civil, provocando los suspiros de alivio de los soldados republicanos durante el sitio de la capital al comprobar cómo las tanquetas de las fuerzas sublevadas se hundían en la arena de su lecho.
madrid río, foco de vida_
En la década de los 70 las autoridades decidieron represar el río y rodearlo de autopistas hasta que, ya en 2011, con el soterramiento de la M-30 y la construcción de Madrid Río, los ciudadanos de la capital comenzamos a hacer las paces con nuestro arroyo.
En 2016 se inició el desarrollo de una propuesta ecologista de renaturalización del río Manzanares. A partir de ese momento decenas de especies de árboles y aves, anfibios y peces, colonizaron el cauce del río en su tramo urbano.
Hoy, el Manzanares no sólo se ha convertido en un foco de vida que conecta la ciudad en la transformación urbanística que ha experimentado Madrid sino también en uno de los iconos de la capital, un elemento natural esencial comprender para la historia y el desarrollo de la cultura madrileña.
Por todo ello, debemos aprender a observar nuestro río con otra mirada, una mirada de orgullo, porque si bien para muchos no es más que un “aprendiz” que cruza la Villa silencioso y discreto, para otros siempre será el mejor de los maestros, cuyas aguas tienen mucho que enseñarnos, si nos paramos a escuchar.