El "crack" del barrio

Monumento al marqués de Salamanca. Madrid, 2021 ©ReviveMadrid

Monumento al marqués de Salamanca. Madrid, 2021 ©ReviveMadrid

Marqués de salamanca: la ambición de un nuevo rico

¿Te imaginas poseer una inmensa fortuna y pasar de la mayor opulencia a la ruina más absoluta de la noche a la mañana? Parece una pesadilla, pero en realidad es algo muy habitual entre grandes empresarios y emprendedores a lo largo de la Historia.

Todos ellos, en algún momento de sus carreras, han tenido que tomar decisiones transcendentales: las acertadas les llevaron al éxito y a amasar increíbles fortunas… pero las erróneas, les llevaron a la ruina, haciendo que sus sólidas finanzas quedaran con la cuenta a en números rojos.

El Marqués de Salamanca es un buen ejemplo de que un mal negocio puede hacerte pasar de ser hombre más rico de la España del siglo XIX al más miserable… aunque ese negocio acabara dando lugar al barrio más rico del país.

Desde que Madrid se convirtió en sede de la Corte y principal centro financiero del país, constituyó un núcleo urbano receptor y residencia habitual de un estamento social favorecido que, tradicionalmente, desarrollaba su actividad en torno al monarca.

Ya durante el siglo XVIII, la nobleza representaba un grupo significativo, tanto en términos cualitativos como cuantitativos, dentro de la sociedad madrileña, con una gran capacidad para atraer a élites cuyo poder residía en otros ámbitos geográficos.

A diferencia de las aristocracias de otros países europeos, que mantenían un estrecho vínculo con sus propiedades solariegas en las que pasaban largas temporadas y en las que invertían importantes cantidades económicas, la nobleza española había hecho de la capital madrileña su lugar permanente de residencia.

Los espacios urbanos se convirtieron en un elemento clave tanto para la construcción de la identidad de estos grupos de poder, como para su relación con el resto de estamentos sociales madrileños.

Las élites comenzaron a establecerse en determinadas zonas de la ciudad, creando un marco que les permitía delimitar las fronteras sociales no sólo con respecto a las clases populares, sino también entre los viejos y los nuevos grupos de poder.

Se concentraron principalmente en la zona oriental y occidental de la ciudad, coincidiendo con la vecindad del Palacio Real y el del Buen Retiro. Pero también buscaron lugares cercanos a monasterios y conventos prestigiosos o a las rutas oficiales por donde pasaban los reyes en sus desplazamientos.

A mediados del siglo XIX, tras la Guerra de la Independencia contra el ejército napoleónica, si bien la mayor parte de la nobleza continuaba presente en la capital, la mayoría había perdido gran parte de su poder político y económico. Para poder mantener su patrimonio, los nobles no tuvieron más remedio que aceptar entre su linaje a miembros de una nueva burguesía que iba ganando terreno.

Estos nuevos burgueses provenían de familias generalmente adineradas. Sus padres ya desarrollaban profesiones de importancia reconocida (médicos, industriales, abogados, etc.) y procuraron a sus hijos varones una buena educación y estudios.

Estos llegaron a Madrid con los bolsillos vacíos, pero rápidamente se encontraron inmersos en el mundo de las tertulias, de los cafés, del casino, donde conocían a personajes importantes y donde se fraguaban los grandes negocios… inversiones millonarias que les hicieron alcanzar los puestos más altos en la sociedad.

Mientras que los nobles más rancios seguían viviendo de las rentas de sus tierras y nunca reinvertían su riqueza, los nuevos burgueses trabajaban y recibían remuneración por su trabajo. Creaban riqueza a través de sus negocios y, a su vez, la volvían a invertir para aumentar su capital.

La inversión en los nuevos avances de la época como la Bolsa, el ferrocarril, los negocios bancarios o la construcción les aportaban pingues beneficios… o notables pérdidas. En cualquier caso, se rehacían y seguían invirtiendo para aumentar su patrimonio.

Esta nueva nobleza comenzó a obtener títulos en el siglo XIX y ocuparon también puestos políticos de relevancia.

Otro grupo que siguió el camino de estos burgueses de nuevo cuño fueron los militares o espadones que, luchando en las distintas guerras que acaecieron durante el turbulento siglo XIX, consiguieron victorias que les valieron el reconocimiento Real, recibiendo como compensación títulos nobiliarios que les permitieron el acceso a un estatus social superior.

También consiguieron un ascenso social aquellos que hicieron las "Américas" y volvieron a España con los bolsillos llenos, amasando sus fortunas con el azúcar, el tabaco y, a veces, con la trata de esclavos. Fue la llamada "burguesía colonial”, y especialmente, monopolizó las inversiones que tenían que ver con el comercio y la industria.

Finalmente, a lo largo del siglo XIX la burguesía terminó superando en poder económico a una aristocracia que se vio obligada a aceptar a estos "nuevos ricos" entre sus filas para poder sobrevivir.

Y es que aunque esta fue fue una época de cambios políticos, de inestabilidad, de pérdida de las colonias y de importantes cambios sociales, seguía prevaleciendo el aparentar, el querer formar parte de esa clase gobernante y aristocrática que servía de ejemplo a los demás.

Cada clase social estaba obsesionada por ascender de nivel, y ese cambio de nivel llevaba implícito un nuevo tipo de vivienda y de ubicación espacial dentro de la capital: la concentración de las élites en barrios.

La función principal de estos barrios residía en configurar un entorno residencial único para grupos de poder con un capital y un status elevado, alejados del bullicio de las zonas comerciales del centro y del pueblo llano. Mientras tanto, el distrito Centro y las calles próximas al Congreso de los Diputados seguían reuniendo a un nutrido grupo de industriales, comerciantes y pequeños banqueros de Madrid que vivían en residencias próximas al ámbito donde desarrollaban sus negocios.

Por otra parte, igual de relevante que la pertenencia a un barrio o distrito era el hecho de habitar un determinado modelo de vivienda. En el Madrid del siglo XIX las familias de clase alta pudieron optar por dos tipos: los hoteles o palacios y los apartamentos.

En principio, el concepto de palacio era el que más se asemejaba a las grandes construcciones del viejo Madrid. No obstante, su ubicación dentro de la retícula urbana de la capital y la falta de terreno, a causa de la antigua cerca de Felipe IV que rodeaba la ciudad desde el siglo XVII, dificultaron la readaptación de las viviendas de la alta burguesía a los nuevos gustos arquitectónicos de la época: amplios solares en los que construir viviendas exentas y de grandes dimensiones, rodeadas de un espacio natural al que cada vez se le concedía mayor valor, el jardín.

Sin duda, los palacios eran la vivienda más sobresaliente de los grupos de poder en la época, pero los apartamentos también se convirtieron en un espacio de distinción para las élites… de hecho, muchos de estos inmuebles fueron encargados a los mismos arquitectos que los palacios.

El hecho de vivir en un apartamento no iba necesariamente en contra del nivel de confort propio de las élites de la capital. Se trataba de residencias mucho más discretas de cara al exterior, ya que los viandantes difícilmente podían conocer quiénes eran sus inquilinos. Sin embargo, internamente, el lujo siempre estaba presente y reunían a una comunidad de vecinos especialmente selecta y respetable.

En cualquier caso, la nobleza necesitaba salir de un encorsetado Madrid, poblado de calles estrechas e insalubres en el que ya no se cabía, para encontrar su espacio… una situación que cambiaría a partir de 1860 con la aprobación del llamado “Anteproyecto de Ensanche de Madrid” de Carlos María de Castro y, especialmente, con la construcción del novedoso “barrio de Salamanca”… ideado por uno de los personajes más apasionantes de nuestro siglo XIX.

José María de Salamanca y Mayol, más conocido como “marqués de Salamanca”, nació en 1811 en Málaga, en el seno de una familia acomodada.

Hijo de un prestigioso médico, recibió una cuidada educación. Cursó estudios de Filosofía y Derecho en el Real Colegio Mayor de San Bartolomé y Santiago de Granada, ciudad donde entró en contacto con grupos contrarios al despotismo de Fernando VII. Este pensamiento antiabsolutista le llevó incluso a formar parte del pronunciamiento fallido del general liberal José María Torrijos en Málaga.

Los ardores revolucionarios del joven malagueño se calmaron pronto, gracias a la amistad de su padre con el Presidente del Consejo de Ministros, Francisco Cea Bermúdez, quien le otorgó la alcaldía de Monóvar (Alicante), en 1833. Posteriormente se convertiría en Juez de la localidad de Vera, en la provincia de Almería.

La carrera de José de Salamanca avanzaba imparable. Ni siquiera la muerte pudo detenerle… al menos la primera de las dos muertes certificadas que constan en su biografía.

Tenía 23 años y, durante la segunda epidemia de cólera del siglo XIX, había resultado contagiado. Devorado por la sed, delirando, aquejado de horribles diarreas y con la respiración cada vez más entrecortada, una madrugada lo dieron por muerto. Así lo certificaron los médicos, por lo que fue amortajado y velado por un criado.

En un momento de la noche el supuesto fallecido abrió los ojos, se sentó en la cama y empezó a hablar con su criado, que salió de la casa a gritos. Salamanca había sido víctima de catalepsia.

En 1835, contrajo matrimonio con Petronila Livermore y Salas, hija de un rico comerciante inglés afincado en Málaga. Los vínculos con familias destacadas de la ciudad andaluza le proporcionaron un rápido ascenso social y permitieron que, tras el pronunciamiento de La Granja de 1836, José de Salamanca fuera elegido diputado por Málaga en las nuevas Cortes, trasladándose a Madrid para ejercer este nuevo cargo.

En la capital rápidamente consiguió entrar en los círculos de la alta sociedad madrileña, en especial con la burguesía financiera. Por entonces, Salamanca ya se había consagrado como un hábil hombre de negocios… un burgués con olfato para los “pelotazos” cuyo poder adquisitivo se multiplicaba a cada rato.

En 1839, sus buenas relaciones le permitieron agenciarse el monopolio de la sal. En el Siglo XIX, este era un producto fundamental para la conservación de los alimentos y, como no, una apetecible oportunidad de negocio. Esta operación reportaría al marqués ingresos del orden de los 300 millones de reales.

También comenzó a frecuentar los círculos palaciegos, trabando una gran amistad con Fernando Muñoz, duque de Riansáres y segundo esposo de la reina regente María Cristina, que acabaría proporcionando al avispado malagueño información privilegiada y una tremenda alegría para su bolsillo.

En el otoño de 1844, la Bolsa de Madrid vivió una serie de jornadas entusiastas en las que la mayor parte de los inversores jugaban al alza, ante la estabilidad proporcionada por el estable gobierno de Ramón María Narváez.

Sin embargo, extrañamente, José de Salamanca empezó a jugar a la baja en una estrategia que aparentemente parecía torpe. Nada más lejos de la realidad, gracias a su privilegiada información, el futuro marqués conocía la voluntad de una serie de generales de levantarse en armas, noticia que se encargó de difundir con la intención de causar pánico entre los inversores.

Los valores de bolsa cayeron en picado y Salamanca, que había jugado a la baja mientras todos los demás hacían lo contrario, se embolsó cerca de 30 millones de reales en un solo día.

Fernando Muñoz y el general Narváez recibieron por su parte 2 millones cada uno por haber colaborado en el pelotazo bursátil aportando la valiosa información. Salamanca, Muñoz y Narváez formaron un triunvirato que durante más de una década dirigiría la vida financiera del reino.

Con los beneficios obtenidos, Salamanca llegó a adquirir el Teatro Circo, ubicado por aquel entonces en la Plaza del Rey, donde se reunía lo más granado de la sociedad madrileña del momento. El teatro no le aportó dinero, pero incrementó su prestigio social y se convirtió en el lugar perfecto para cerrar tratos con las altas esferas, además de convertir a Madrid en capital europea de la ópera.

A pesar de su olfato para los negocios, Salamanca también tuvo algunas manchas en su historial financiero, especialmente la creación del llamado Banco de Isabel II.

El inversor había convencido a la reina de la creación, en 1844, de la primera entidad financiera de crédito privada de España junto con el Banco de San Fernando, con un capital de 100 millones de reales para concesión de créditos, distribuidos entre el emergente capitalismo inversor de la época.

La entidad nunca llegó a despegar… lo que no impidió que Salamanca utilizara su capital para realizar compras, como un lote de 71 cuadros, entre ellos obras de Velázquez y Goya, utilizando para pagar la transacción un talón del Banco de Isabel II por 1 millón de reales. Finalmente el banco desaparecería al fusionarse con el de San Fernando, naciendo así el Banco de España.

A pesar del descalabro, su buena reputación le llevó a ser nombrado Ministro de Hacienda por el presidente Joaquín Pacheco en 1847. Tras la dimisión de este, en octubre del mismo año, José de Salamanca se hizo cargo de la Presidencia del Gobierno durante un breve período de tiempo, hasta que Isabel II volvió a designar a Narváez como Presidente.

Tras la investigación de una comisión parlamentaria fue acusado de haberse beneficiado de su puesto para conseguir lucrativos negocios. Fue destituido de sus cargos y se ordenó su detención. Pero Salamanca se refugió en la embajada de Bélgica, por aquel entonces en la Calle Barquillo, donde evitó su captura al ocultarse dentro de un baúl. Finalmente consiguió huir a Francia disfrazado de sargento, oculto entre un pelotón militar que le acompañó hasta la frontera.

Desde el exilio, Salamanca comenzó una nueva aventura empresarial: el negocio ferroviario. Como gran visionario en el mundo de los negocios, se propuso crear la primera línea de tren en España, en concreto la línea Madrid-Aranjuez, retomando el trabajo iniciado años antes por el marqués de Pontejos.

Sin embargo, los problemas económicos y su exilio no le permitieron avanzar la obra tan rápido como le hubiera gustado y en 1848 se le adelantaba la primera línea de ferrocarril en España: Barcelona-Mataró.

Esta circunstancia no desanimó al futuro marqués que, a la vuelta del exilio en 1849, continuó con los trabajos de su línea ferroviaria. El 7 de Diciembre de 1851 la reina Isabel II, inauguraba el tren Madrid-Aranjuez y tres meses más tarde, el nuevo negocio ya le reportaba al malagueño 50.000 reales al día.

Su red de ferrocarriles también se extendería por Italia, Alemania, Francia, Portugal y Estados Unidos, donde llegaron a bautizar una ciudad del estado de Nueva York con su nombre, la actual City of Salamanca, en honor al marqués que les llevó el ferrocarril.

A pesar de su éxito en los negocios, los problemas siempre perseguían a José de Salamanca. A raíz del estallido de la Revolución de 1854, fue acusado injustamente de apropiarse de parte de las arcas de la hacienda pública y de nuevo obligado a exiliarse en París.

Tan sólo un año después regresaba a Madrid para restituir su honor, siendo nombrado Senador Vitalicio y Grande de España, con el título de “Marqués de Salamanca” concedido por Isabel II.

Además de todos las empresas y negocios relatados hasta el momento, el incansable emprendedor malagueño tuvo tiempo para constituir la Sociedad de Autores, crear la primera empresa de coches de alquiler de la capital y una de sus más rentables casas de baños, a convertirse en empresario teatral y taurino… pero sin duda, si ha pasado a la Historia de la capital, es por su más conocida inversión inmobiliaria: el barrio de Salamanca.

Este proyecto urbanístico perteneció a la primera fase del Ensanche de Madrid proyectado en 1860, cuando la capital no era más que un pueblucho que acababa en la Puerta de Alcalá y donde la mayoría de las casas no disponían de agua corriente, alumbrado ni alcantarillado público. Una ciudad en la que los nuevos ricos ya no encontraban su sitio.

Durante sus paseos por Madrid, el marqués comprobó la necesidad de ampliar y limpiar la ciudad.

“La ciudad se está quedando chica, voy a construir el más cómodo, higiénico y elegante de los barrios”. Marqués de Salamanca

Compró los terrenos situados entre la antigua Fuente Castellana (hoy paseo de la Castellana) y las Ventas del Espíritu Santo (hoy Ventas) con el fin de construir un barrio de viviendas para la alta burguesía en el que no se escatimara en servicios: agua corriente, luz eléctrica, calefacción y baños.

Los terrenos adquiridos tenían una extensión aproximada de 100 hectáreas y estaban muy próximos al palacio del marqués, la primera casa de la capital en contar con un aseo completo, en el Paseo de Recoletos.

Aunque el proyecto inicial de Carlos María de Castro establecía calles anchas, que llegaban a superar los 20 metros, limitaba las edificaciones a tres alturas y reservaba espacios libres para paseos, alamedas y jardines, el plan sufrió fuertes modificaciones por parte del marqués de Salamanca para ganar edificabilidad.

La primera calle que se urbanizó fue el “bulevar de Narváez” (actual Calle Serrano), entre los años 1863 y 1871. Las primeras manzanas de casas que se construyeron estaban situadas entre los números 28 y 36, entre las actuales calles de Villanueva y Goya.

Todas las viviendas fueron edificadas empleando primeras calidades y disponían, como gran novedad, de agua corriente, cocinas de carbón, retretes y alumbrado. Con el tiempo se irían incorporando los ascensores (año 1893), el teléfono y la calefacción.

Además, para acercar este nuevo barrio a la ciudad, el marqués creó la primera línea de tranvía de mulas de Madrid, entre el barrio de Salamanca y la Puerta del Sol.

Según finalizaba la construcción de viviendas, el marqués las hipotecaba para conseguir más fondos y seguir construyendo… sin embargo, las ventas no se produjeron y pronto no pudo pagar sus préstamos.

Entre 1876 y 1878 se vio obligado a vender su palacio de Recoletos y la mayor parte de sus propiedades, incluido el barrio de Salamanca, que pasó a manos de una sociedad constituida por el Banco de París.

En tan sólo catorce años, el hombre más rico de España había dilapidado su fortuna de cerca de 400 millones de reales en la construcción del distrito que acabaría llevando su nombre.

El 21 de enero de 1883, el marqués fallecía sólo en su Quinta de Carabanchel, dejando una deuda superior a los 6 millones de reales. La bancarrota había alejado de su lado a las personas que un día consideró sus amigos. La única persona que se interesó por los últimos días del marqués de Salamanca fue el rey Alfonso XII que, al parecer, se hizo cargo de sus deudas.

Sus días terminaron en el Madrid que le había visto prosperar y que hoy le recuerda no sólo a través de su barrio, sino mediante esta estatua ubicada en la plaza que también lleva su nombre. Obra del escultor Jerónimo Suñol Pujol, representa al marqués con la mano izquierda en el bolsillo del pantalón, como cuidando de su dinero… ese que un día desapareció para no volver.

Su amigo Alejandro Dumas dijo una vez de él que, de haberlo conocido antes, le hubiese inspirado mejor al conde de Montecristo. Ese fue don José de Salamanca y Mayol: revolucionario, abogado, conspirador, alcalde, juez, banquero, contratista de obras, especulador, empresario de teatros, director de empresas, ingeniero, agricultor, ganadero, ministro, senador, diputado, presidente del gobierno, marqués, conde, Grande de España… pero ante todo un tipo de obras gigantescas y excepcionales consciente de que, para obtener grandes resultados, es necesario soñar a lo grande.

José María de Salamanca y Mayol (Málaga, 1811- Madrid, 1883)

José María de Salamanca y Mayol (Málaga, 1811- Madrid, 1883)

Mirad, ¿qué era este paseo veinticinco años atrás? ¿Y las calles, con más de cien casas que se abren a nuestras espaldas? Campos abandonados de las afueras. Hoy, gracias a mí, se han convertido en las vías más bellas de Madrid. Los planeé y levanté sus edificios contra la opinión de todos
— Marqués de Salamanca


¿cómo puedo encontrar la estatua del marqués de salamanca en madrid?