Jugando con fuego

Antiguo Parque de Bomberos de la Calle Imperial. Madrid, 2021 ©ReviveMadrid

Antiguo Parque de Bomberos de la Calle Imperial. Madrid, 2021 ©ReviveMadrid

Bomberos de Madrid, la historia en llamas

¿Quién no ha olvidado alguna vez la sartén en el fuego mientras contestaba al teléfono, abandonado una vela aromática encendida en el salón al quedarse dormido o sobrecargado una plaqueta de enchufes corriendo el riesgo de cortocircuito? Para que te hagas una idea, en Madrid se origina un incendio cada cuarenta y nueve minutos.

Por suerte, y a pesar de los descuidos, hoy en día contamos con muchos elementos que nos protegen del riesgo de incendio en nuestro hogar. Sin embargo, hace poco más de un siglo una chispa, una brasa o una vela podían no sólo reducir a cenizas nuestra vivienda sino también gran parte de la ciudad… una situación contra la que los bomberos madrileños llevan luchando desde los orígenes de la capital.

Y es que, desde que el hombre comenzó a vivir en urbes más o menos grandes, ha convivido con el riesgo de afrontar los efectos devastadores del fuego, uno de los agentes destructores más temidos en la historia de la humanidad por su capacidad de destrucción de aldeas, pueblos e incluso ciudades.

los incendios medievales_

La ciudad de Madrid no iba a ser una excepción. Ya desde la Edad Media, los madrileños han sido testigos de cómo el aumento de la población y el avance urbanístico crecía en paralelo al número de incendios, cada vez más frecuentes en la vida de esta ciudad.

Por eso desde muy pronto el hombre entendió la importancia de tomar medidas de protección frente al fuego, desde largas cadenas humanas para trasladar agua en cubos desde los depósitos para extinguir las llamas en diferentes puntos de la ciudad, hasta la composición del actual Cuerpo de Bomberos de la Comunidad de Madrid.

primitivos “bomberos-carpinteros”_

Los avances en la historia del Cuerpo de Bomberos en nuestro país han sido casi siempre consecuencia de tragedias previas.

En la ciudad de Valladolid, la reina Juana I de Castilla concedía en 1515 la exención del pago del tributo de aposento a un grupo de treinta carpinteros musulmanes a cambio de que acudieran con sus herramientas a sofocar los fuegos que se iniciaran en la Villa.

Este primitivo retén de carpinteros acabó convirtiéndose en un cuerpo profesional, integrado en la organización municipal y al servicio de la ciudadanía vallisoletana.

los incendios en el madrid de felipe II_

Por su parte, desde que en 1561 se estableciese la Corte en el pequeño pueblo de Madrid bajo el reinado de Felipe II, los madrileños fueron testigos de un desmedido crecimiento demográfico y urbanístico.

Aunque aquella era una ciudad muy diferente a la que disfrutamos en la hoy, las calles de la capital siguen manteniendo desde entonces un rasgo muy característico: un trazado desastroso que no favorece la extinción de incendios.

Los palacios y edificios públicos, construidos con armazón de madera, dieron forma al entramado urbano madrileño renacentista, haciendo habituales los incendios y obligando al Concejo de la Villa a actuar en busca de una solución.

los primeros bomberos madrileños_

En 1577 se firmaba el primer acuerdo sobre fuegos en Madrid que hacía obligatorio reunir a un grupo de carpinteros, oficiales de obras, alarifes y aguadores, dotándoles del material necesario para actuar en caso de incendio.

Entre otros materiales se adquirieron jeringas, cubetas de cuero, palanquillas de hierro, escaleras, garfios con picas largas y carros con cubas de agua, para que los responsables pudieran acudir a extinguir los fuegos cuando se les diera la orden por medio de las campanadas de las iglesias.

Cuando sonaran las campanas de cualquier iglesia de la Villa, aquellos primitivos bomberos sabrían que debían acudir a los fuegos desde las obras donde estuvieran trabajando, o bien desde sus casas si el incendio ocurría de noche.

Previamente recogerían su equipamiento en un almacén estratégicamente situado. Una vez equipados subirían a los tejados donde los carpinteros se dispondrían a cortar las vigas de madera para evitar la propagación del fuego. Nadie mejor que ellos para desarrollar esta labor, por ser los mismos que diariamente construían Madrid.

los “matafuegos”_

En 1618 las autoridades madrileñas nombraron a veinticuatro carpinteros “Matafuegos de la Villa”, ellos se encargarían de extinguir los incendios en la capital. Por primera vez se oficializaba y remuneraba su trabajo.

Los “matafuegos” acudían a los incendios provistos de una vestidura de piel (denominada coleto), ceñida hasta la cintura, que los protegía del frío cuando acudían a los incendios durante la noche en pleno invierno, impidiendo que enfermaran y fallecieran, como era común, a causa de una pulmonía. Esta prenda también les servía para hacer fuerza con el cuerpo al utilizar el aguatocho (las primitivas mangueras) con el fin de despedir el agua a distancia para alcanzar las llamas.

el primer gran incendio de madrid_

La noche del 6 al 7 de julio de 1631 se producía el primero de los tres grandes incendios que estuvieron a punto de acabar con la Plaza Mayor de la capital.

Un viejo horno empezó a echar chispas cerca de la Casa de la Carnicería y, debido a los armazones de madera, el fuego comenzó a extenderse por los edificios anejos sin control. Durante tres días las llamas se adueñaron de la Plaza.

El incendio tuvo tal trascendencia en la vida de los madrileños que el rey Felipe IV y su valido, el Conde-Duque de Olivares, hicieron acto de presencia para valorar la situación e intentar controlar el fuego que destrozaba todo cuanto se ponía en su camino.

Ante tal situación, el “Rey Planeta” decidió trasladar el milagroso cuerpo incorrupto de San Isidro Labrador a la plaza, con la esperanza de que el santo intercediese de alguna forma y acabase con las llamas.

El Concejo propuso asimismo trasladar las tallas de las Vírgenes más veneradas (la de la Almudena y la de Atocha) y los vecinos por su parte improvisaron sus propios altares en balcones y portales.

Trece personas perdieron la vida en los tres días que duró el incendio, veintiséis casas quedaron totalmente destruidas y veinticuatro más afectadas.

Tras el desastre, en 1631 el Concejo de Madrid decidió tomar una serie de medidas para prevenir siniestros similares en el futuro. Entre otras:

  • Prohibir la labranza de tierras en el centro urbano.

  • Eliminar determinados materiales de construcción, como por ejemplo el plomo que cubría los tejados y que al derretirse impedía que los matafuegos pudieran acceder a las cornisas. Como elemento alternativo comenzó a emplearse la teja cerámica, de gran uso posterior.

  • Establecer limitaciones a los oficios chisperos que trabajaban con fuego o materiales combustibles, tales como confiteros, esparteros, cabestreros, coheteros, pasteleros, bodegoneros, alfareros, yeseros y carboneros, trasladándolos a los arrabales de la ciudad, lejos del núcleo más habitado de la Villa.

el segundo gran incendio de la capital_

Sin embargo, y a pesar de las medidas adoptadas, un segundo incendio volvería a asolar la Plaza Mayor en el año 1672… un siniestro de dimensiones similares al primero que nuevamente provocaría el pánico entre los habitantes de Madrid.

En esta ocasión ardió la Real Casa de la Panadería, el edificio más emblemático de esta plaza, que quedaría totalmente destruido. En 1674, y tras diecisiete meses de obras, volvería a levantarse de nueva obra empleando materiales más modernos.

el incendio del alcázar_

Claramente, el servicio de “matafuegos” y “mozos mangueros” resultaba insuficiente para las necesidades que una gran capital como Madrid requería, una realidad que quedaría patente tras el incendio del Real Alcázar, hasta entonces residencia Real, durante la Nochebuena de 1734.

Por este motivo, a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, el servicio de extinción de incendios experimentó algunos cambios que permitirían mejorar su organización y funcionamiento.

jorge gaupner, el maestro bombero_

En 1767 el Ayuntamiento de Madrid contrataba al maquinista hidráulico y constructor de bombas, Juan Jorge Graupner, a quien se concedería por primera vez el cargo de “maestro bombero”.

Desde aquel momento los matafuegos y mozos mangueros que se dedicaran a extinguir los incendios debían obligatoriamente saber usar las bombas hidráulicas y conocerlas con exactitud para conseguir desarrollar su trabajo al máximo rendimiento, si bien estas máquinas solían estropearse con mucha facilidad debido a su frágil composición y continuado uso.

Graupner puede ser considerado el primer bombero de España. Fue él quien implementó importantes mejoras para el servicio de incendios de la capital, entre otras la sustitución de los depósitos de madera de las bombas hidráulicas por otros de latón que aseguraban una mayor duración y evitaban las fugas de agua al pudrirse la madera.

el tercer gran incendio en madrid_

Pero sin duda, el incendio de mayores dimensiones y que mayores consecuencias tendría a posteriori para la prevención de incendios en la capital sería el incendio de la Plaza Mayor ocurrido el 16 de agosto de 1790.

A las once de la noche se originaba un fuego entre el arco de Cuchilleros y el arco de Toledo, en la tienda de un mercader ubicada en el Portal de Paños.

Los depósitos de agua situados bajo la Plaza Mayor estaban vacíos y poco se pudo hacer para extinguirlo. Aunque asistieron más de mil hombres, las bombas, aguatochos y más de 750 cubos y espuertas resultaron ineficaces para frenar unas llamas que se prolongaron durante nueve días, arruinando la plaza en un tercio de su perímetro.

Como medida de emergencia se optó por derribar los edificios colindantes para que sirviesen de cortafuegos.

Durante esos días se gastaron más de medio millón de reales y se repartieron más de 46.000 raciones de pan y queso para alimentar a quienes trabajaron sin descanso para extinguir uno de los mayores incendios que ha sufrido nuestra ciudad.

El rey Carlos IV puso a disposición de los 1.302 madrileños afectados un millón de reales de su erario ya que en aquella época aún no existían los seguros de incendios.

asegurada de incendios_

Hasta entonces, el pago de los gastos generados por las tareas de extinción de un incendio recaía en los afectados. Fueron muchas las casas que, consumidas tras un fuego, dejaban a sus ocupantes en la calle, sin vivienda y sin ningún tipo de seguro que les respaldara, ya que a finales del siglo XVIII y principios del XIX las pólizas de hogar tal y como las entendemos hoy no existían.

Como consecuencia, cuando tenía lugar un desastre de estas características muchos ciudadanos no sólo debían afrontar el problema de quedarse sin casa sino, además, la imposibilidad de acceder a una nueva vivienda con el coste que esto implicaba.

Habría que esperar hasta 1822 para comenzar a ver la solución a este problema. Fue entonces cuando se instauró en la capital la “Sociedad de Seguros Mutuos de Incendios de Casas de Madrid”, una asociación que reunía a los propietarios de las casas situadas dentro de la cerca de Felipe IV con el fin de proporcionar una garantía en sus propias fincas e indemnizarse recíprocamente de los daños causados por los incendios: los socios eran al mismo tiempo asegurados y aseguradores.

Según su reglamento, todo socio debía colocar en la puerta de su vivienda una placa con la frase “Asegurada de Incendio”, un letrero que aún hoy podemos contemplar en el dintel de numerosos portales de viviendas al pasear por el centro de Madrid.

los nuevos mecanismos del siglo xix_

Con la industrialización y el crecimiento de la capital durante la segunda mitad del siglo XIX, la sociedad burguesa madrileña instauró nuevos mecanismos de protección y seguridad en caso de incendios.

Con el Plan del Ensanche de la Ciudad diseñado por Carlos María de Castro, en 1860 se fijó una bomba de agua en cada distrito de la ciudad, lo que implicaba habilitar varios puestos para su custodia, en aquel primer momento pequeños y sin condiciones, que terminarían siendo el origen de los actuales parques de bomberos.

También en este proyecto se recogían por primera vez las condiciones y reflexiones constructivas sobre seguridad y prevención de incendios, que comenzarían a aplicar en la planificación de los nuevos edificios de la capital desde ese momento, como por ejemplo sótanos cubiertos de bóveda de ladrillo, muros de fachada de ladrillo, zócalos de sillería, prohibición de utilización de la madera como estructura arquitectónica, muros de medianería incombustibles, muros de fachadas interiores, tabicones y entramados horizontales de hierro, incombustibilidad de fogones, hornillos y chimeneas, etc.

el cuerpo de bomberos_

Los cambios se aceleraban en el Madrid de finales de siglo, que aún registraba unos doscientos incendios al año. Las carbonerías y traperías de la ciudad, las cocinas de carbón o los entramados de los edificios más antiguos seguían provocando que los fuegos resultaran devastadores en la capital y provocando que el servicio de “mangueros” no diera abasto a la hora de extinguirlos.

En junio de 1891 el Conde de Romanones, concejal de la Villa, presenció la devastación provocada por un incendio en la calle Ribera de Curtidores que acabaría arrasando doce edificios. Este episodio sería el detonante de una reorganización del servicio de extinción de incendios, encabezada por el propio Conde, que poco después se convertiría en alcalde de Madrid.

Romanones llevaría a cabo un estudio donde se pondría de manifiesto que las infraestructuras de los puestos de mangueros no reunían las condiciones mínimas, desembocando en una comisión que señalaría los fallos de un servicio desorganizado, con material antiguo e insuficiente y un personal escaso y mal preparado.

El puesto de la calle imperial_

Así, en 1894 se aprobaba un nuevo reglamento para el Cuerpo de Bomberos de la Villa que, entre otras decisiones, planteaba dividir la ciudad en cinco zonas y crear cinco puestos más grandes y preparados que los empleados hasta el momento. Denominadas centros de zona, estas nuevas instalaciones mantendrían el puesto central en la Calle Imperial.

Este puesto, inaugurado en 1883 y transformado hoy en hotel de lujo, fue el más antiguo de la capital, desde el que se dirigían los otros dos existentes a finales del siglo XIX: el de Santa Engracia y el de la Ronda de Segovia. Todos ellos darían origen a su vez a los parques de bomberos actuales.

Curiosamente, a este edificio llegaría en 1908 el primer vehículo a motor de los bomberos en sustitución de los carros tirados por mulos y caballos. Desde entonces la presencia de camiones de bomberos en la capital es una constante.

A lo largo de cuatro siglos de historia, los bomberos de Madrid componen un fragmento de la memoria de la capital, protagonistas de los peligros que encierra la evolución de una villa del Antiguo Régimen a la ciudad moderna y cosmopolita en la que vivimos hoy en día, fieles luchadores frente a un enemigo, el fuego, que a pesar de los avances, sigue amenazando las viviendas y negocios de la capital.

Álvaro Figueroa y Torres (Madrid, 1863 - 1950)

Álvaro Figueroa y Torres (Madrid, 1863 - 1950)

Ustedes hagan la ley, que yo haré el reglamento
— Conde de Romanones


¿Cómo puedo encontrar el antiguo parque de bomberos de la calle imperial de madrid?