¡Tigres! ¡Leones!
casa de fieras, fauna encarcelada
Que los alrededores del Parque del Retiro son una de las zonas de mayor contaminación acústica de Madrid, es algo que todos los que vivimos en esta ciudad conocemos. Hoy la causa del ruido es el tráfico pero, no hace tanto tiempo y aunque nos cueste imaginarlo, al pasear por la por la avenida de Menéndez Pelayo, podían sobresaltarnos los rugidos de un león o el barrito de un elefante. El motivo es que en este lugar estuvo ubicado, hasta 1972, el primer zoológico de la capital: la Casa de Fieras.
El impulso ancestral de mantener cautivo al enemigo es algo que, inexplicablemente, se ha mantenido inalterable a lo largo de la Historia… y el género animal no es una excepción. En Madrid hubo fieras expuestas desde, al menos, el siglo XVI, normalmente propiedad de nobles y reyes.
Aunque se sabe que Felipe II exhibió durante mucho tiempo un león en el patio del antiguo Alcázar, las primeras colecciones de animales exóticos no nacieron hasta un siglo más tarde.
Don Francisco de Sandoval y Rojas, Duque de Lerma, valido de Felipe III, expuso en su quinta del Prado de los Jerónimos una colección de animales en la que había monos, conejos y hasta una plaza de toros, reflejo de la moda del momento de contemplar los animales como un espectáculo.
Su sucesor como privado, el conde-duque de Olivares, valido de Felipe IV, solía organizar en el Palacio del Buen Retiro espectáculos basados en la lucha de fieras llegadas de América, como jaguares y panteras. Esta colección del Buen Retiro fue incrementándose con animales como guacamayos, loros, tucanes, ocelotes, pumas, monos, caimanes, serpientes, etc.
Sin embargo, el primer intento serio de instalar un zoológico en Madrid data de 1774. Fue inaugurado por Carlos III, junto al Jardín Botánico, en el espacio que hoy ocupa la Cuesta de Moyano, y se construyó como añadido para el futuro Gabinete de Ciencias Naturales, edificio que hoy acoge el Museo del Prado.
A finales del siglo XVIII, esta primera colección animal se mudó a otra esquina del Jardín del Retiro, junto a la Puerta de Alcalá, dotándola de mejores instalaciones. “El mejor alcalde” de Madrid regalaba a la capital el segundo zoológico de Europa, después del de Viena.
Más allá de los fines científicos y de investigación, la Casa de Fieras se trataba de una moda y un capricho aristocrático por lo exótico. Era habitual que se celbraran luchas entre leones, tigres y toros para festejar los bautizos de los infantes y la llegada de algún ilustre visitante extranjero.
La Guerra de Independencia contra el ejército de Napoleón, en 1808, supuso un duro golpe para la Casa de Fieras. Muchos animales perecieron y los que sobrevivieron lo hicieron en penosas condiciones. Cuando finalmente se expulsó a los franceses de la capital, el parque animal presentaba un aspecto deplorable.
Con Fernando VII, en 1830, se ampliaron y mejoraron las instalaciones trasladándolas a su ubicación actual. La Casa de Fieras fue concebida como recinto de recreo de la familia real y su mantenimiento corría a cargo del llamado Bolsillo Secreto de Su Majestad, una partida presupuestaria que disfrutaban y distribuían los monarcas a su antojo.
De esta época es “La Leonera”, un edificio de dos plantas que mostraba jaulas para tigres, panteras, hienas y chacales en la planta inferior, y en la superior acogía las estancias para la familia real y sus huéspedes, decoradas con animales disecados.
La reina Isabel II amplió la Casa de Fieras y adquirió nuevos animales, entre ellos una pareja de elefantes. La hembra murió y fue sustituida al poco por la elefanta “Pizarro”, uno de los animales más famosos en la historia del parque, procedente de un circo parisino.
Un buen día, la elefanta arrancó la cadena que la fijaba y salió a la calle entrando en una bodega de vinos. Después de beber a sus anchas, enfiló la Calle de Alcalá y concluyó el festín en el Horno de San José, donde pudo comer panes y pasteles hasta que los guardias consiguieron llevarla de nuevo a su jaula.
Con la Revolución “Gloriosa” de 1868, el parque del Buen Retiro y la Casa de Fieras, hasta entonces de uso y disfrute exclusivo de los monarcas, se abrieron al público y el Ayuntamiento asumió su gestión.
La llegada del vallisoletano Cecilio Rodríguez, Jardinero Mayor del Ayuntamiento, imprimió un nuevo aire a la zona. Acondicionó los paseos y los jardines de la Casa de Fieras. Convirtió el espacio en un suntuoso jardín español, al estilo del Parque de María Luisa en Sevilla, en el que se ubicaron las jaulas de los animales, dotando al recinto de avenidas y adornándolo con bancos de estilo andaluz. Se incrementó la fauna con avestruces, cebras, elefantes, antílopes, osos polares y un hipopótamo.
Con el estallido de la Guerra Civil y el bombardeo de Madrid en 1936, la Casa de Fieras vivió muy malos momentos. Muchos animales murieron de hambre y otros fueron sacrificados para servir de alimento a los madrileños, hambrientos por el asedio de la capital.
Tras la contienda volvió la calma y también una situación inmejorable para la institución a raíz de la Segunda Guerra Mundial. La no participación de España en la contienda permitió que, desde otros países europeos, se enviaran animales evacuados a la institución madrileña. Llegaron osos, tigres, leones y simios del zoo de Munich y algunos camellos participantes en la película Lawrence de Arabia, donados por los productores del film, rodado en parte en España.
Con el tiempo, los vecinos de la zona comenzaron a verse perjudicados por el olor y el griterío de los animales. Además, estos comenzaron a verse afectados por la contaminación ambiental. Finalmente, en 1972, se abrió un moderno zoológico en la Casa de Campo, donde la mayoría de los animales podrían vivir en espacios abiertos y mucho más amplios. Aquellos seres enclaustrados fueron los primeros en disfrutar de los aires de democracia y libertad que respiraba la España de los años 70.
Con el traslado de los animales, los pabellones se desmantelaron y cesó para siempre la actividad de la Casa de Fieras. En 2013, se decidió transformar “La Leonera”, aquel viejo edificio de ladrillo que un día albergó a las fieras más temibles de Madrid, en la Biblioteca Pública Eugenio Trías, un espacio que hoy acoge otra especie en peligro de extinción: el lector.
La Casa de Fieras fue, durante mucho tiempo, la única oportunidad para los niños madrileños de contemplar en vivo los animales que sólo conocían por los libros de aventuras o los álbumes de cromos… aquellos años en que los niños conservaban la capacidad de maravillarse por una realidad que no se medía por las pulgadas de un teléfono móvil o una tablet.