El lado oscuro
Malva Marina, un ángel despreciado
¿No os sucede que, en ocasiones, al conocer la vida de un personaje a quien admiras por su obra, la devoción se convierte en rechazo? Eso es justo lo que me sucedió con el poeta Pablo Neruda al descubrir el despreciable abandono de su hija madrileña, la pequeña Malva Marina.
Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto (Parral, 1904-Santiago de Chile, 1973), más conocido como Pablo Neruda, fue cónsul de Chile en la isla indonesia de Java en 1930. Allí conoció a la bella María Antonia Hagenaar, “Maruca”, siguiendo la costumbre del poeta de rebautizar a sus conquistas, con quien contrajo matrimonio.
Al poco tiempo, Maria Hagenaar, embarazada, sola y sin amigos, no soportaba más ausencias e infidelidades de su marido y le rogó volver a Europa. Neruda recurrió a influyentes amigos del Gobierno y consiguió que lo enviaran a Madrid. La capital era un hervidero de escritores, artistas, filósofos, músicos, científicos, arquitectos, escultores... la vanguardia de las letras y la ciencia concentrada en aquel Madrid de preguerra.
Rafael Alberti les había encontrado un hogar en la quinta planta de esta Casa de las Flores del barrio de Argüelles, por aquel entonces símbolo de vanguardia, así llamada por la cantidad de jardineras abarrotadas de geranios que aún decoraban sus balcones.
El 18 de agosto de 1934, nacía su hija Malva Marina, tristemente aquejada de una hidrocefalia que anunciaba una irremediable muerte prematura. La pequeña nunca podría hablar ni caminar. En un principio Neruda no era consciente de la gravedad de la enfermedad de su niña que consideró una “maravilla” nada más nacer, mientras su amigo Vicente Aleixandre le acompañaba horrorizado.
Con el paso de los meses, cuando comenzó a tomarle el pulso al mal de la niña, la desilusión de Neruda fue en aumento. Se fue alejando cada vez más de su hija y de su esposa. En esta época llegaría a escribir: “Mi hija, o lo que yo denomino así, es un ser perfectamente ridículo, una especie de punto y coma, una vampiresa de tres kilos”. El creador de obras tan conmovedoras como 20 poemas de amor y una canción desesperada o Cien sonetos de amor, despreciaba de esta manera tan zafia a su hija enferma.
Tras numerosos desencuentros e infidelidades, en 1936 el poeta abandonó a María y a su hija, cuando Malva Marina contaba con tan sólo dos años. Mientras tanto, Neruda se mudaba a París con su nueva conquista argentina, Delia del Carril.
Madre e hija cruzaron toda Francia hasta llegar a Holanda, donde se instalaron en la ciudad de Gouda. Pasaron hambre y penurias. Maruca vivió en pensiones y trabajó en lo que pudo encontrar mientras su niña era atendida por una familia cristiana. Neruda no sólo le negó siempre la ayuda económica necesaria para sostener a su hija enferma, sino que también les negó el salvoconducto de canje de ciudadanos que las habría rescatado de una Europa sumida en las penurias de la Segunda Guerra Mundial.
El 2 de marzo de 1943, la pequeña Malva Marina, de ocho años, fallecía en Gouda, donde está enterrada. Su madre, a través del Consulado de Chile en La Haya, avisó a Neruda de la muerte de la pequeña y le pidió reunirse con ella, pero el silencio fue la respuesta del “gran poeta” a quien, de pronto, parecían faltarle las palabras.
El que quizá sea el poeta más admirado y popular del siglo XX, genio de las letras y Premio Nobel, fue ante todo un padre despreciable. Toda una vida de éxitos y aportes para la cultura universal queda ensombrecida por actos tan inhumanos como este… el no saber amar y valorar a la que fue su mejor obra… la más bella y conmovedora... pero también la más desconocida: el precioso ángel, Malva Marina.