Ilustrando la superación
daniel urrabieta: el genio de la voluntad
En la sociedad actual… ¿no echáis de menos más ejemplos de seres humanos capaces de reponerse a las adversidades de la vida, que nos sirvan de estímulo y motivación? A veces el genio y la pasión por aquello que amamos se abre paso ante las dificultades que la vida nos presenta, por insuperables que parezcan. Es el caso del ilustrador Daniel Urrabieta, dotado de un talento y un espíritu de superación admirables. Esta es su historia y su ejemplo.
Aunque, según el Registro, Daniel Urrabieta y Vierge nació el 5 de marzo de 1851 en esta casa de la Calle Huertas de Madrid… en realidad su localidad natal fue Getafe. Sus padres declararon que su pequeño había nacido en esta casa para incluir al niño en la circunscripción de la parroquia de San Sebastián en la que habían contraído matrimonio.
El padre de Daniel fue Vicente Urrabieta y Ortiz, uno de los ilustradores españoles más importantes del siglo XIX. De él recibiría una primera formación que a los doce años continuaría en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, con maestros de la talla de Federico Madrazo y Carlos de Haes… uno de los primeros paisajistas en España que sacaron los lienzos de sus estudios para pintar del natural.
Cuando Daniel contaba con dieciséis años, la profunda crisis política y económica en la que se veía inmersa España obligó a su familia a trasladarse a París en busca de un futuro mejor. Sin embargo, si en España eran las guerras carlistas y la revolución del 68 lo que provocaba inestabilidad y pobreza, en Francia era la guerra contra Prusia.
Al poco tiempo la familia del joven dibujante decidió volver a España… todos excepto Daniel, dispuesto a reflejar la realidad más cruda de la guerra franco–prusiana a través de sus dibujos.
Sus ilustraciones tuvieron tanto éxito que, con tan sólo dieciocho años, Daniel Urrabieta se convertía en corresponsal para la prestigiosa revista Le Monde Illustré, en el que supondría el inicio de una nueva manera de enfocar la información gráfica.
Antes de Urrabieta, los artistas recreaban con su imaginación los textos periodísticos, como un accesorio de la palabra escrita. Sin embargo, los lectores reclamaban que las noticias se ilustraran con imágenes reales, tomadas in situ… demandaban escenas de guerra en movimiento cuando la fotografía técnicamente aún no era capaz.
Daniel se convirtió en uno de los primeros “dibujantes de actualidad” que dibujaron el suceso del natural, acercándose tanto a la realidad del conflicto que en ocasiones llegó a ser tomado por espía y encarcelado. La publicaciones necesitaban nuevos dibujantes que no tuvieran miedo a las balas y se adentraran en primera línea. Había nacido una profesión: reportero gráfico de guerra.
La veracidad de sus ilustraciones y la recreación de escenas reales gustó mucho al público y el joven ilustrador madrileño pronto consiguió prestigio, fama y fortuna.
Su repercusión llegó a ser tal que el gran Víctor Hugo le confesó que se había conmovido muchas veces con sus dibujos de guerra. La relación y admiración entre ambos llegó a ser tan estrecha que el novelista francés llegó a imponer como condición a sus editores que Daniel Urrabieta fuera su ilustrador.
El estilo del madrileño marcó la pauta a seguir en las futuras ilustraciones de novelas fantásticas y de aventuras, empleando novedosas composiciones que generaban efectos de viñeta, algo bastante atrevido para la época.
Consiguió, además, renovar el arte de la ilustración para publicaciones, introduciendo nuevas técnicas como la ilustración con pluma y tinta.
La reproducción de ilustraciones en revistas y libros antes de Daniel Urrabieta se basaba en grabados en madera realizados mediante la técnica de la xiolografía. De las planchas de madera se extraían las partes blancas del dibujo mediante gubias. La parte a imprimir quedaba lista para recibir la tinta, que se transfería al papel aplicando presión con una prensa.
La cantidad de madera en la superficie de impresión tenía que ser suficiente para soportar los múltiples impactos de la prensa, uno por cada copia impresa. Una línea fina sólo se podía obtener con una superficie de madera extremadamente estrecha, la cual se destruiría en las primeras tiradas. En definitiva: no se podían trasladar las finas líneas de lápiz, pluma y tinta de los dibujos originales a la impresión.
Además, como en la mayoría de los casos el artista y el grabador no eran la misma persona, se producían “interpretaciones” poco fieles a la obra original... lo cual desesperaba a los ilustradores.
Daniel Urrabieta estaba destinado a cambiar todo eso. Se decidió a usar las mismas técnicas que se empleaban en fotografía pero, en este caso, para reproducir el dibujo original en una placa de metal. Con la ayuda de Charles Gillot empleó un dibujo fotografiado, con algunos retoques a mano, y logró crear una placa de metal directamente desde el dibujo original.
Con las líneas grabadas en el metal, no había restricciones en el grosor del trazo al aplicar la tinta: la prueba sobre papel era tan exacta y tan parecida al original que no se podía distinguir la una de la otra.
A partir de ese momento fue factible, e incluso práctico, crear un dibujo usando pluma y tinta. Hasta aquel momento un dibujo a pluma era un estudio, un boceto, un paso intermedio en la creación de una obra de arte o simplemente una instrucción a un grabador: Vierge y Gillot lo convirtieron en un medio y una forma de arte.
El madrileño Daniel Urrabieta se había convertido, con sólo treinta años, en el dibujante más prestigioso de Francia. “Descendiente de Velázquez”, “Observador visionario”, “Más artista y más sincero que Gustave Doré” o “Durero resucitado” fueron tan sólo algunas de las descripciones que de él hacían los periódicos galos.
La vida y la crítica le sonreían… pero en el verano de 1881 todo dio un vuelco. Una grave apoplejía le causó una hemiplejia que paralizó la mitad derecha de su cuerpo. Perdió la memoria y el habla.
Tras un durísimo tratamiento basado en sesiones de electroterapia, los médicos dieron el caso por perdido y le vaticinaron unos pocos meses de vida… pero Urrabieta resistió.
Lentamente, tras dos años de lucha titánica, Daniel Urrabieta comenzó a recuperar parte de la memoria y el movimiento del cuerpo, a excepción de su lado derecho.
Su inerte mano diestra, aquella que tantos éxitos le había proporcionado como ilustrador, nunca volvería a coger un lápiz… pero por la cabeza de Urrabieta no pasaba renunciar a su pasión y, demostrando una extraordinaria fuerza de voluntad, consiguió adiestrar su mano izquierda para el dibujo.
Durante su convalecencia practicó dibujando con su mano izquierda los equipos y pacientes que había visto en la clínica. Aquellas ilustraciones sobre los tratamientos de electroterapia son actualmente una referencia histórica para neurólogos en todo el mundo.
Lejos de la oscuridad y la tragedia, la obra que surgió de su mano izquierda adquirió nuevos matices, con una luminosidad más delicada, incluso superando sus dibujos previos a la enfermedad.
Si con la mano derecha había alcanzado el éxito con la ilustración de El gran tacaño, de Francisco de Quevedo, con su mano izquierda alcanzó la gloria tras ilustrar la obra maestra de las letras españolas: Don Quijote de la Mancha.
En 1893, tras la muerte de su segundo hijo, Urrabieta realizó un viaje por España para dibujar los paisajes del Quijote. Recorrió los escenarios de la obra cervantina, impresa en 1605, rebuscando de posada en posada, de camino en camino, pasando casi las misma penurias que el Hidalgo imaginado por Miguel de Cervantes. En pocos días realizó de manera frenética 262 dibujos que entregaría a su editorial.
Sin embargo, Daniel Urrabieta no llegaría a ver la obra impresa. El 12 de mayo de 1904, la mitad de su cuerpo que aún vivía dejó de funcionar. Fallecía en el pueblecito de Bologne sur Seine, cercano a París, a los cincuenta y tres años.
Moría así quien, aún en vida, fue considerado en todo el mundo "padre de la ilustración moderna" y cuya obra, a penas recordada en España, destaca hoy en museos como el Louvre, Orsay o el Museo Carnavalet en París… trazos blancos y negros, como los que ilustraron la vida de una personalidad ejemplar.
P.D: Dedicado a mi amigo Raúl. Por todos aquellos momentos de infancia, compartiendo pupitre, en los que pude comprobar cómo se gestaba el extraordinario artista que eres hoy.