Loco por tus huesos

Plaza de Ramales en Madrid

Monolito en honor a Diego Velázquez. Madrid, 2022 ©ReviveMadrid

los restos perdidos en las entrañas de madrid

Museos, iglesias, palacios, parques o jardines suelen ser visitas “obligadas” cuando nos planteamos descubrir un nuevo destino turístico, pero… ¿quién no ha incluido la visita a la tumba de un personaje ilustre como parte indispensable de su ruta cultural?.

Aunque pensemos que visitar tumbas es algo exclusivo de Cuarto Milenio, el llamado “necroturismo” se ha convertido en un motivo más para viajar alrededor del mundo, a lugares donde los sepulcros de artistas, inventores, científicos, literatos, dramaturgos, cantantes, actores, etc. se han convertido en verdaderas atracciones turísticas, con el retorno económico que eso conlleva.

Pero para que hoy podamos disfrutar de las tumbas de Shakespeare, Newton y Fleming en Londres… de Balzac, Molière y Wilde en París o de Miguel Ángel, Dante y Galileo en Florencia, es esencial que estas ciudades hayan sabido cuidar y preservar los restos de estas insignes personalidades a lo largo de los siglos.

Sin embargo, en Madrid la realidad es bien diferente. A causa de derribos, remodelaciones, impagos, fosas comunes, incendios o saqueos a lo largo de los siglos, nuestra ciudad perdió en su día los restos mortales de algunos de sus personajes más ilustres.

Especialmente hiriente es la desaparición de los vestigios de aquellos que protagonizaron el Siglo de Oro español, probablemente el tesoro histórico más valioso de la capital… insignes figuras que permanecen en nuestra memoria y en el sentimiento colectivo por sus contribuciones a la cultura y al arte universal, sepultados en las entrañas de Madrid bajo el polvo del tiempo y la indiferencia de la historia.

En el siglo XVII era muy habitual en Madrid que, aquel que pudiera permitírselo, recibiera sepultura en la parroquia a la que pertenecía, bien en sepulcros independientes ubicados en las capillas junto a las naves, bien en nichos o columbarios situados en criptas subterráneas. En cualquier caso, el espacio destinado al enterramiento en el interior de los edificios religiosos siempre fue limitado.

Ya en el siglo XVIII, Carlos III prohibió continuar realizando enterramientos en el interior de las iglesias, por lo que muchas de ellas decidieron erigir pequeños cementerios anexos que pronto también se quedaron sin espacio, obligando a los enterradores parroquiales a recurrir a las desagradables “mondas”.

A medida que la fisonomía de la capital cambiaba, bien por la destrucción de inmuebles a causa de las guerras e incendios, bien a causa de la recalificación de las tierras, las antiguas sepulturas desaparecían bajo los nuevos cimientos.

En el siglo XIX, los problemas de propagación de enfermedades que originaba el mantener los cadáveres en el casco urbano, motivó la aparición de cementerios en las afueras de la ciudad, más allá de la cerca de Felipe IV.

En el mejor de los casos las tumbas antiguas eran trasladadas, pero muchas otras veces los restos humanos desaparecían en la mudanza, motivando que la pista del lugar de reposo de algunos personajes trascendentales en la memoria de la capital se perdiera en el tiempo.

El desinterés por los restos de tamañas figuras se evidenció en 1837. Fue entonces cuando se propuso la creación del primer Panteón de Hombres Ilustres, inicialmente planteado en el interior de la iglesia de San Francisco El Grande de Madrid.

Con la Desamortización de Mendizábal, se decidió que este espacio pasara de propiedad sacra a gestión civil y se propuso cambiar el culto a Dios por un tributo a los cuerpos que albergaron las mejores mentes del país.

Cuatro años después, en 1841, la Real Academia de la Historia fue la encargada de proponer la primera lista de personajes que debía albergar aquel panteón, pero la propuesta sólo sirvió para certificar la pérdida de los restos de personajes como Cervantes, Lope de Vega, Luis Vives, Antonio Pérez, Juan de Herrera, Velázquez, Jorge Juan, Claudio Coello, Tirso de Molina, Juan de Mariana y Agustín Moreto.

En 1869 se inauguraba el primer panteón, acogiendo los supuestos restos de los poetas Juan de Mena, Garcilaso de la Vega y Alonso de Ercilla; el militar Federico Gravina; el humanista Ambrosio de Morales; los escritores Francisco de Quevedo y Pedro Calderón de la Barca; el político Zenón de Somodevilla y Bengoechea (Marqués de la Ensenada) y los arquitectos Ventura Rodríguez y Juan de Villanueva.

Los restos fueron depositados en una capilla, pero la falta de convicción en su autenticidad provocó que pocos años después fueran devueltos a sus lugares de origen, desvaneciéndose por un tiempo la idea de crear un panteón nacional.

Finalmente, el proyecto de un Panteón de Hombres Ilustres se recuperó, pero trasladándose a una nueva ubicación junto a la basílica de Atocha, a un mausoleo de nueva planta que, a falta de los grandes nombres de nuestra cultura, se destinó a acoger cuerpos de políticos.

Desde entonces y hasta nuestros días, muchos han sido los intentos de recuperar los restos de aquellos destacados personajes, la mayoría sin éxito. Entre ellos los de Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Francisco de Quevedo, Calderón de la Barca o Diego de Velázquez… vecinos célebres de la Villa de Madrid, volatilizados parcial o totalmente por los descuidados de la Historia.

Los restos de miguel de Cervantes_

Miguel de Cervantes murió en su casa de Madrid el 22 de abril de 1616 y fue enterrado al día siguiente en el convento de las monjas Trinitarias Descalzas de San Ildefonso, en el actual Barrio de las Letras. No quedó una lápida, ni un sepulcro, ni una inscripción señalando su tumba.

Entre 1613 y 1628, hasta diecisiete individuos fueron también inhumados en ese templo, entre ellos Catalina de Salazar, esposa del escritor.

Tras la muerte de Cervantes, el rastro de su tumba se perdió durante siglos… cuatro exactamente, el tiempo que tuvo que transcurrir para que se iniciara la búsqueda definitiva de los huesos de nuestro “Príncipe de los Ingenios”, no sin dificultades, por parte de las instituciones madrileñas.

En 2015 un grupo de investigadores halló, en una cripta bajo la iglesia del convento, un conjunto de restos óseos que, según confirmaron, pertenecían a Cervantes y su esposa… aunque, eso sí, mezclados con los de otras, al menos, quince personas.

Los restos de Lope de vega_

Lope Félix de Vega y Carpio murió en su casa madrileña, a escasos metros de la de Cervantes, el 27 de agosto de 1635.

Las calles de la capital se abarrotaron para dar el último adiós al escritor más célebre de su tiempo… sin embargo, el “Fénix de los Ingenios” no iba a disfrutar de una gloria póstuma a la altura de la fama que había acumulado en vida.

Su cuerpo fue depositado provisionalmente en un nicho bajo el altar mayor de la iglesia de San Sebastián, en la Calle de Atocha.

El duque de Sessa, de quien Lope fue secretario, sufragó los gastos del funeral y del entierro. Se había comprometido, además, a pagar un depósito anual para mantener la tumba del dramaturgo en una de las capillas del templo… pacto que no cumplió.

Al dejar de pagar el duque el alquiler de la tumba, los huesos del escritor fueron exhumados y depositados en el osario común de la iglesia, junto a otro centenar de cadáveres, entre 1654 y 1658.

A día de hoy, los restos mortales de Lope de Vega no están localizados, al no poder aislarse de los demás en la fosa.

Los restos de francisco de Quevedo_

Francisco de Quevedo y Villegas murió el 8 de septiembre de 1645 en Villanueva de los Infantes (Ciudad Real), en cuya iglesia mayor fue enterrado.

En 1796, la capilla en la que fue sepultado pasó a propiedad del cabildo eclesiástico, que ordenó que se extrajeran los huesos que había en ella, entre ellos, los de Quevedo, para reunirlos en un mismo emplazamiento.

Como se ha comentado anteriormente, en 1869 se ideó en Madrid el Panteón de Hombres Ilustres y se solicitó al ayuntamiento de Villanueva de los Infantes el traslado a la capital de los restos del escritor.

El consistorio, olvidando que años antes se habían trasladado los mismos de la capilla inicial a otra ubicación, envió a Madrid los de un varón supuestamente identificado como “Quevedo”.

Sin embargo, las dudas sobre su autenticidad no pararon de crecer entre los expertos, basándose en los estudios de la ropa, por un lado, y en la descripción de los dientes, por otro, ya que el escritor, según la documentación conservada, no tenía apenas dentadura en el momento de su muerte. Por este motivo los restos enviados fueron devueltos a Villanueva, asumiendo que no se trataba del auténtico Francisco de Quevedo.

En 1995, unas obras de restauración de la Sala Capitular de la Iglesia Parroquial de San Andrés descubrieron la existencia de la cripta donde fueron a parar los auténticos huesos del escritor. El fémur derecho fue decisivo para la identificación ya que estaba visiblemente torsionado, lo que habría provocado la proverbial cojera del verdadero Quevedo.

Los restos de Calderón de la Barca_

Pedro Calderón de la Barca fallecía el 25 de mayo de 1681 en su casa de la actual Calle Mayor de Madrid y sus restos fueron enterrados en la antigua iglesia de San Salvador, hoy desaparecida.

En 1840, poco antes del derribo de esta iglesia, los restos de escritor fueron exhumados… y comenzaron un intenso periplo por la capital.

Primero, fueron trasladados al también desaparecido cementerio de la Sacramental de San Nicolás (en la actual Calle Méndez Álvaro), donde permanecieron casi treinta años.

De allí fueron trasladados al inconcluso Panteón de Hombres Ilustres, de la Basílica de San Francisco el Grande, donde quedaron almacenados, durante cinco años más, a la espera de que el monumento fuera concluido.

Antes de que esto ocurriera, volvieron nuevamente a la Sacramental de San Nicolás y, seis años más tarde, a una iglesia de la Calle de la Torrecilla del Real. Esta parroquia se cerró en 1902, por lo que, de nuevo, los restos de Calderón fueron trasladados, esta vez a una capilla del antiguo hospital de la Princesa, en la actual Calle de Alberto Aguilera.

Años más tarde, los restos del dramaturgo encontraron aposento en una iglesia de nueva planta, en la Calle Ancha de San Bernardo… pero la fatalidad quiso que, al iniciarse la Guerra Civil, el templo fuera incendiado.

Con el siniestro se dio por desaparecido el cuerpo de Calderón de la Barca, aunque una serie de interrogantes hacen pensar que los restos finalmente no fueran pasto de las llamas… por lo que, hoy en día, se siguen buscando.

Los restos de diego Velázquez_

Uno de los casos más hirientes de huesos en “paradero desconocido” en la capital, son los del nuestro “pintor de pintores”, Diego Rodríquez de Silva y Velázquez.

En noviembre de 1659 se firmaba la Paz de los Pirineos con Francia y por ella se entregaba a Luis XIV (el Rey Sol) la mano de la infanta María Teresa, hija menor de Felipe IV.

Como aposentador real, Diego Velázquez debía viajar con el séquito de la infanta para preparar sus nupcias en la isla de los Faisanes. El pintor sevillano se ocupó de preparar el alojamiento de la comitiva y de decorar con tapices el pabellón donde se produciría el encuentro diplomático, el 7 de junio de 1660.

Tras jornadas muy duras que hicieron mella en su salud, y ya en Madrid, el pintor enfermó de lo que entonces se denominó "fiebre terciana sincopal minuta": posiblemente viruela.

A las tres de la tarde del día 6 de agosto de 1660, tras recibir los santos sacramentos, Diego Velázquez fallecía a los sesenta y un años, en la Casa del Tesoro de Madrid. Ocho días después moría su mujer, Juana Pacheco.

Ambos fueron sepultados en la desaparecida iglesia de San Juan Bautista, ubicada en la actual Plaza de Ramales. Se trataba de una de las iglesias más antiguas de Madrid y contaba con una capilla propiedad de la Orden de Santiago, en la que el matrimonio fue enterrado.

El pintor había conseguido, con mucho esfuerzo, ingresar en esta Orden meses antes de su muerte y fue sepultado tras una ceremonia solemne. Su lápida rezaba esta inscripción:

“Aquí yace, ¡Oh, dolor!, Don Diego de Silva... en compañía de héroes... mientras la pintura lloraba con ellos”.

Un siglo y medio después, durante la estancia en Madrid de José Bonaparte, el Rey francés ordenó demoler numerosos edificios del centro de la ciudad para abrir plazas. Una de las víctimas de su reordenación urbanística fue la iglesia de San Juan Bautista, con cuyo derribo se perdieron hasta hoy los restos del genio sevillano.

Actualmente, si nos fijamos al pasear por esta plaza, unas losas incrustadas en el suelo marcan el que debió ser el perímetro exterior de la desaparecida iglesia. Además, una columna rematada por una cruz de Santiago nos recuerda que los restos de Velázquez, si aún existen, descansan bajo su pavimento.

Como lamentablemente podemos comprobar, la Historia y los imperdonables descuidos nos ha dejado huérfanos de lugares donde rendir homenaje a nuestras más admiradas personalidades, fundamentales para el devenir de la cultura universal, cuyos restos hoy se pudren en el olvido. Afortunadamente sus obras son eternas y el recuerdo a sus autores nunca acabará sepultado.

Fotografía de Mariano de Cavia

Mariano Francisco de Cavia y Lac (Zaragoza, 1855-Madrid, 1920)

No hay en España profesión más intranquila, insegura e incómoda que la del difunto ilustre
— Mariano de Cavia


¿cómo puedo encontrar el lugar en el que fue enterrado diego de silva y velázquez?