In corpore sano
gimnasio vignolles: cultivando cuerpo y espíritu
¿Cómo llevas la lista de propósitos que con tanta decisión elaboraste para el nuevo año? Aprender a tocar un instrumento musical, leer un libro al mes, meditar cada día, mejorar tu alimentación o dejar de fumar suelen ser los más habituales, pero sin duda, el que se lleva la palma, es comenzar a hacer deporte y entrenar en el gimnasio… un propósito que se repite desde que hace más de siglo y medio abriera sus puertas el primer gimnasio de Madrid.
Desde mediados del siglo XIX, al verse obligados a afrontar las secuelas sanitarias y sociales que había generado en España la Guerra de la Independencia contra los franceses, los gobernantes de nuestro país repararon en que la higiene de una ciudad y de sus habitantes tenía una importancia capital a la hora de evitar enfermedades y controlar epidemias.
La higiene, entendida como el conjunto de acciones educativas y buenas costumbres enfocadas en conservar la salud, se convirtió en una parte fundamental de la medicina, empeñada en mejorar la salubridad de las grandes ciudades, no sólo en las zonas industriales sino también en sus hospitales, escuelas, zonas de acuartelamiento militar, cárceles, etc.
Y es que, los temores que provocaba en la sociedad de la época la idea de la degeneración física, así como la asociación entre miseria moral y enfermedades hereditarias, se dejaban sentir con especial inquietud allí donde la actividad industrial y la concentración de población obrera podía agudizar los problemas de salubridad y, por tanto, la conflictividad.
En casi toda Europa surgió una nueva corriente médico-social higienista que consideraba la enfermedad como un fenómeno que abarcaba todos los aspectos de la vida humana. Esta nueva concepción de salud social desembocó en una estrecha colaboración entre educadores, médicos y militares, estos últimos dedicados en su práctica diaria a ambas disciplinas.
Todos ellos coincidieron en considerar la educación física de la juventud como un medio de regeneración social que permitiría combatir muchos de los declarados problemas de España. La desidia, la vagancia, el apoltronamiento e incluso el onanismo, fueron considerados “vicios modernos” de la nueva sociedad urbana contra los que el ejercicio físico, particularmente si era intenso, regular y rectilíneo (reflejo de una rectitud física y moral) actuaría como antídoto.
Médicos, militares e higienistas se convirtieron en representantes de la salud física y guardianes de la salud moral de la sociedad, legitimando una serie de hábitos que permitirían extender los mecanismos de la higiene pública al ámbito doméstico, más allá del escolar y el militar.
En este momento comenzaron a proliferar entre la sociedad madrileña de la época manuales de urbanidad y cortesía, de buenos cuidados, de costumbres saludables y morales, de higiene y de actividad física, en su mayoría escritos por médicos. Presentaban las virtudes de un nuevo método gimnástico, desarrollado décadas antes por el afrancesado valenciano Francisco Ambrós, basado en la realización de ejercicios de forma razonada, ortopédica e higiénica.
La difusión de esta corriente higiénico-moral contribuiría al florecimiento de los primeros gimnasios higiénicos en España, a la manera de los que en Francia llevaban funcionando varias décadas y enfocando sus servicios, sobre todo, a las clases más pudientes.
Durante los años sesenta del siglo XIX, se produjo en nuestro país la apertura de diferentes gimnasios higiénicos privados que ofrecían una novedosa práctica corporal, bajo la promesa de ayudar a mantener o recuperar la salud a sus usuarios.
A diferencia de los gimnasios estatales, particularmente los escolares y militares, los gimnasios higiénicos privados habían de ganarse la clientela persuadiendo a la ciudadanía de los provechos del ejercicio físico, y para ello se publicitaban constantemente mediante anuncios en prensa.
En ellos solían mostrar diferentes casos de personas que, gracias a la gimnasia, habían conseguido mejorar dolencias físicas y enfermedades como el raquitismo, la gastritis crónica, la tisis, dolores de riñones, hipocondría, inapetencia, trastornos del sueño, dolores de espalda, debilidad muscular, dolores de cabeza y carencia de vigor.
Estas nuevas técnicas gimnásticas evidenciaban además credenciales de refinamiento y racionalidad frente a la naturaleza popular y callejera del acrobatismo, muy en boga en aquellos años gracias a los circos y teatros.
Y es que, la gimnasia higiénica y racional nada tenía que ver con la que exhibían las compañías acrobáticas: frente a los saltimbanquis y funambulistas, a menudo representados como símbolo de una cultura popular, espontánea y en ocasiones subversiva, la rectitud del cuerpo del gimnasta y la regularidad de sus movimientos remitían a una conducta de autodominio, propia de las clases sociales elitistas.
Por este motivo, desde muy pronto, los gimnasios higiénicos madrileños se dirigieron particularmente a la burguesía urbana que, además de ser la clase social económicamente más próspera y culturalmente más dinámica, llevaba tiempo interesándose por todo tipo de actividades corporales novedosas y distintivas, provenientes de Francia e Inglaterra.
Así, el gimnasio finalmente se mostró como un elemento de lujo, capaz de cubrir las emergentes demandas higiénicas de las élites sociales a la vez que confería a sus usuarios cierto carácter diferenciador.
Aunque, en teoría, los gimnasios higiénicos privados siempre estuvieron abiertos a que usuarios de capas sociales menos acomodadas pudieran restaurar su salud, en la práctica, las cuotas de ingreso no estaban al alcance de cualquiera, tan sólo de los sectores más pudientes, para los que la apariencia corporal comenzaba a ser emblema de diferenciación, tanto individual como colectiva.
Entre la burguesía madrileña comenzó a desarrollarse una concepción del cuidado corporal como ocio y la idea de ejercitación del cuerpo como entretenimiento… no solo por los resultados estéticos de dicho trabajo, sino por lo que social y culturalmente significaba poder dedicarle tiempo, dinero y esfuerzo a una práctica de este tipo.
Frente a la estética del espacio compartido en los bailes de sociedad, los paseos e incluso la práctica del naciente “sport” británico, el gimnasio se configuró como un espacio restringido al goce estético de la masculinidad… uno de los lugares de socialización, esparcimiento, moralización y ejercitación física de una burguesía que así se reafirmaba como clase.
En torno a su costumbre de acudir al gimnasio se fueron desarrollando nuevos consumos higiénicos, como la mayor frecuencia del lavado o el desarrollo del baño y la ducha, pero también el uso de cosméticos, de un nuevo vestuario y particulares usos alimenticios.
El gimnasio se convirtió en el lugar perfecto para la exhibición de una nueva pose y gestualidad aprendidas, en las que se forjó una nueva definición de la masculinidad que tomaba como referencia la figura del gentleman británico, por su equilibrio entre lo ético y lo estético, entre la integridad moral y la apariencia corporal.
El moderno ejercicio físico se fue poco a poco sistematizando y estructurando en una variedad de movimientos de todo tipo, regulados por la aparición de máquinas gimnásticas que, además de facilitar el movimiento, proporcionaban una mayor seguridad y economía gestual. Entre ellas las de poleas fueron las más conocidas, así como las pesas fabricadas con hierro y/o madera para trabajar diferentes músculos.
A la cabeza de los avances de la gimnasia higiénica en Madrid estuvo el gimnasio del francés Alfonso Vignolles, el primero privado en la historia de la capital, ubicado en esta Calle de la Reina, número 14.
Este primer gimnasio madrileño nació con un objetivo muy concreto: “regenerar hombres fuertes de cuerpo y de espíritu”, a través de una “gimnasia médica, higiénica y ortopédica”. Así quedó reflejado en los numerosos carteles con que se anunció en las calles de la capital y la frecuente publicidad en los periódicos madrileños de la época.
Aquel nuevo centro se encontraba a caballo entre un gimnasio convencional y una consulta médica de ejercicios físicos, una mezcla de disciplinas que se convertiría en el germen de los gimnasios actuales.
Entre sus propósitos iniciales siempre estuvo prestar auxilio específico a todas las personas, con independencia de su condición. Por este motivo comenzó ofreciendo sus servicios a enfermos, mujeres e incluso clases gratuitas a determinadas horas para aquellos que no se podían permitir pagarlas.
Sin embargo, aunque nació con ese espíritu sanitario y así se mantuvo durante un largo tiempo, la evolución de aquel primer gimnasio madrileño estuvo marcada por la influencia de la alta sociedad británica, que contagió a su homóloga española la afición por el culto al cuerpo.
Poco a poco, este gimnasio se convirtió en lugar de reunión de lo más granado de la sociedad madrileña, frecuentado por personajes tan destacados de la vida política como Manuel Becerra y José Canalejas.
Pero, además de espacio de socialización, el Gimnasio Vignolles se convirtió en un centro médico innovador.
Contaba con uno de los inventos gimnásticos más revolucionarios de la época, la llamada “máquina Vignolles”. Compuesta por poleas, resortes y escaleras ortopédicas, permitía trabajar diferentes partes del cuerpo a todo tipo de personas: hombres, mujeres, niños y hasta convalecientes.
El secreto de su éxito residía en que, como explicaba el propio Vignolles, “si en los aparatos gimnásticos cuando menos se ha de vencer la resistencia del peso del propio cuerpo, aquí pueden trabajar con solos cinco kilos, diez, quince, etc. y al propio tiempo los robustos gimnastas encontrarán sus fuerzas equilibradas con pesos de treinta, cincuenta o cien kilos”.
Para la relajación posterior al ejercicio, este gimnasio contaba con duchas escocesas, como muchos de los spas urbanos que podemos encontrar hoy día, pero inéditos en la época.
A finales de la década de 1880, los avances en la medicina y la educación permitieron que, con el tiempo, otras capas sociales menos favorecidas fueran accediendo paulatinamente a las prácticas corporales higiénico-recreativas. De esta manera los gimnasios fueron perdiendo el cariz distintivo que les había unido a la burguesía, para acabar extendiéndose al grueso de la sociedad madrileña y española.
Una figura clave en el auge y democratización del deporte en nuestro país fue Francisco Giner de los Ríos quien, a través de su Institución Libre de Enseñanza, realizó un planteamiento revolucionario al proponer que todos los colegios estuvieran dotados de un gimnasio, un espacio donde los niños pudiesen realizar ejercicios corporales, además de prácticas de esgrima, boxeo, natación, “velocípedo” o remo, como parte del programa de ejercitaciones saludables.
La proliferación de gimnasios higiénicos en las principales ciudades españolas a finales del siglo XIX supuso una dimensión más en el camino de configuración no sólo de los modernos espacios sociales sino también del culto al cuerpo… un proceso en el que Madrid actuó como punta de lanza y que, a día de hoy, sigue marcando no sólo la imagen de la capital sino de quienes vivimos en ella.
P.D: Dedicado a mis sobrinos Juan y Nacho, los mejores ejemplos de que se puede combinar “mens sana y corpore sano”, con un corazón bien entrenado en el amor, el respeto y el cariño en el gimnasio de la FAMILIA. Sois enormes por fuera… pero sobre todo por dentro.