Hecha la ley, hecha la trampa

Casas a la malicia en Madrid

Casa a la malicia. Madrid, 2020 ©ReviveMadrid

Casas a la malicia, la picaresca inmobiliaria

Que la picaresca es una de las señas de identidad que han caracterizado el carácter español desde hace siglos y hasta nuestros días, es algo que asumimos como parte de nuestro ADN. La picardía, la inventiva y la artimaña para burlar la ley establecida y frente al abuso de poder de los gobernantes, es algo que no sólo la literatura de los siglos XVI y XVII supo reflejar, también la arquitectura y el urbanismo madrileño de esta época… con la reacción de los madrileños del siglo XVI contra los abusos inmobiliarios de Felipe II a través las llamadas casas de malicia.

El 1561 se produjo el factor sin duda más determinante para la Historia de Madrid: el establecimiento de la Corte, hasta entonces itinerante, por decisión del Rey Felipe II.

Madrid se encontraba muy próxima a las principales vías de comunicación de la península, lo cual facilitaba que desde su seno se pudieran gestionar de forma rápida los asuntos relacionados con el gobierno Imperial. Además, la abundancia de aguas subterráneas garantizaba el abastecimiento de la ciudad y el de zonas de caza aseguraba una de las principales aficiones de Felipe II… pero ante todo Madrid parecía ser el lugar idóneo para establecer la sede del poder civil del reino, lejos del poder eclesiástico que residía en Toledo.

Sin embargo, el Madrid del siglo XVI no estaba preparado, ni mucho menos. No era una ciudad propiamente dicha como lo eran Toledo, Barcelona, Valladolid o Sevilla, sino tan sólo un pueblo grande y amurallado con un río de escaso caudal a sus pies. Pasar a convertirse en una moderna ciudad renacentista, capital todo un Imperio, no iba a resultar tarea fácil.

La primera y más urgente preocupación del Concejo de la Villa fue la alimentación de la población, ante la avalancha de nuevos ciudadanos que se esperaba. La Corona concedió licencia para adquirir carne, harina y otros productos de primera necesidad, aunque rápidamente se vieron en graves dificultades económicas para obtener las ingentes cantidades que se estimaba serían necesarias.

Madrid pasó de tener 12.700 habitantes en 1561, a 42.000 en 1571 y a alcanzar los 90.000 en 1597, convirtiéndose así en una de las veinte ciudades más pobladas de Europa.

Además, la hasta entonces tranquila y pequeña Villa de Madrid, desordenada y caótica, necesitaba una reforma urbanística para adaptarse a las nuevas necesidades de una capital, ampliando calles y plazas, construyendo nuevos mercados, edificios administrativos, hospicios, orfanatos, hospitales, iglesias… y viviendas.

El número de inmuebles en la Villa pasó de 2.520 en 1563 a 4.000 en 1571, y a los cerca de 8.000 al finales de siglo.

A la nueva capital se trasladaron funcionarios y empleados del Estado, embajadores extranjeros, religiosos y toda su servidumbre, campesinos, artesanos, mercaderes, médicos, boticarios, soldados profesionales y de fortuna, mutilados de guerra, truhanes y buscavidas que fueron llegando a la capital en busca de una nueva vida. Todos ellos necesitaban un lugar en el que alojarse.

Especialmente complicado iba a resultar alojar a los numerosos nobles y cortesanos que acompañaban al monarca, dado que la Villa no estaba preparada para acoger tal volumen de huéspedes distinguidos.

Aunque este selecto grupo apenas superaría las 2.000 personas, los parientes y servidores que trajeron consigo hicieron que en los años posteriores a 1561 se establecieron en la ciudad unas 20.000 personas que no contaban con hogar.

Ante esta grave situación, Felipe II se vio obligado a promulgar un edicto llamado “Regalía de aposento” mediante el cual todas las casas de particulares en Madrid que tuviesen más de una planta, deberían ceder la planta superior, o la mitad de su superficie útil, como residencia para el personal de la Corte… una cesión por la que los dueños de las viviendas no recibirían ningún tipo de pago o compensación.

La Corona estableció tres tipos de cargas al aposento:

  • Casas sujetas al aposento material: debían ceder la planta correspondiente. Si tenía al menos dos plantas, la planta superior serviría para el alojamiento de funcionarios, cortesanos, soldados o embajadores.

  • Casas de incómoda partición: eran aquellas que hacían su división muy complicada, por motivos de estructura o construcción, o las que no contaban con las comodidades exigidas. Aunque se vieran eximidas de alojar a cortesanos no significaba que no tuvieran que hacer frente a un impuesto como compensación.

  • Casas privilegiadas: se trataba de las propiedades de aquellos que hubieran comprado la exención del alojamiento o lo hubieran conseguido por donación real. Solían pertenecer a las familias más importantes y adineradas y no estaban obligadas a acoger a nadie.

Lógicamente, la medida no gustó a los madrileños: a los adinerados porque si no querían quedarse con la mitad de sus casas tendrían que pagar y a los humildes porque se verían obligados a perder media casa y a mantener a un desconocido y a su familia.

De inmediato, esta imposición dio lugar a trampas y estratagemas por parte de la población, encaminadas a burlar su cumplimento.

Muchos madrileños comenzaron a construir sus casas directamente con una sola planta, pero aquellos propietarios de edificios con más de una planta recurrieron a la picaresca para intentar engañar a los alguaciles encargados de las inspecciones, para que desde la calle les fuera imposible saber si la casa tenía una o dos plantas.

Encargaron a los constructores un rediseño de sus viviendas, cubriendo el edificio con grandes tejados que no permitían adivinar de cuántas plantas constaba la casa o abrir en la fachada varios ventanucos desordenados como si fueran huecos de luz, de manera que desde fuera pareciera que sólo contaban con una planta, cuando en realidad eran ventanas de diferentes pisos.

En definitiva, diseños arquitectónicos que hacían suponer falsos interiores estrechos, incómodos, pequeños, con malas distribuciones, no aptos como alojamientos para el personal de la Corte. A estos inmuebles se les denominaron “casas a la malicia” y pasaron a estar exentos de la ley de Regalía de Aposento.

En su época, llegaron a existir más de mil “casas de malicia” repartidas por toda la ciudad, suponiendo un grave perjuicio para las autoridades que querían que todos los vecinos cumplieran la ley.

Llegó un momento en el que era tal el caos urbanístico creado que era imposible saber cuántas manzanas, edificios y casas había. Sin un censo fiel de viviendas no se podían cobrar los impuestos correspondientes a las mismas ni continuar con la ordenación urbana de la ciudad.

La solución llegó de la mano de Fernando VI, quien mandó realizar, a propuesta de su ministro el marqués de la Ensenada, el titánico trabajo de la Visita General de la Planimetría de Madrid, también denominado Catastro de Ensenada, origen del Catastro actual. Por primera vez se tenían en cuenta los planos del interior de la vivienda… la única forma de saber si una casa era a la malicia o no.

Entre 1749 y 1759 se numeraron una por una las manzanas, desde el número 1 (correspondiente al Hospital General de Atocha) y hasta el 557 (en las propiedades del Príncipe Pío) a través de una placa de azulejos en la fachada, con un número para que los inspectores supieran qué casas podían alojar gratis al personal de la Corte. Estas placas de porcelana perviven aún hoy en muchas de las calles de Madrid, especialmente en el casco antiguo, con esta clave: Visita Casa / Manzana nº (x).

La “Regalía de Aposento” se convirtió en una carga para los madrileños durante más de tres siglos, hasta su derogación oficial en 1845. Aunque pareciera una solución inteligente para evitar alojar a funcionarios, este tipo de casas no eran muy útiles, ya que generalmente eran oscuras y desaprovechaban gran parte del espacio, motivo por el cual con el paso de los años se destruyeron.

Hoy en día tan solo quedan dos ejemplos claros de las mismas en todo Madrid, una en la Calle del Conde y otra, la más más famosa, esta de la Calle de los Mancebos esquina con Calle Redondilla. En ella puede observarse la falsa buhardilla que desde el exterior ocultaba enormes plantas y las ventanas desordenadas en la fachada.

La picaresca siempre ha sido, y seguirá siendo, parte inseparable de la cultura española, no sólo en el ámbito inmobiliario sino también en muchos otros. Y es que la Historia de España no sólo está repleta de conquistadores… también de astutos pillos que supieron hacer de la supervivencia un arte.

Francisco de Quevedo Villegas (Madrid, 1580 - Villanueva de los Infantes, 1645)

Francisco de Quevedo Villegas (Madrid, 1580 - Villanueva de los Infantes, 1645)

Por nuestra codicia lo mucho es poco; por nuestra necesidad lo poco es mucho
— Francisco de Quevedo


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