La buena fama
la fuente de la fama, nómada en madrid
En estos días de verano beber agua fresca y remojarse en la calle ayuda a aguantar las altas temperaturas de Madrid pero… ¿sabes qué recursos tenían los madrileños del siglo XVIII para soportar este calor?
El Abroñigal es un arroyo subterráneo que fluía bajo el Paseo de la Castellana y que, en los siglos XVI y XVII, abastecía a los madrileños a través de los llamados viajes de agua. Para que loa ciudadanos pudieran acceder al agua se crearon fuentes y caños.
La Fuente de la Fama es una fuente monumental que se encuentra en los jardines del Arquitecto Ribera, en la plaza de Tribunal, junto al Museo de Historia de Madrid. De estilo churrigueresco, obra de Pedro de Ribera, data de 1732. Tenía cuatro caños y catorce aguadores asignados a su labor.
Encargada por el rey Felipe V, cuenta la leyenda que, habiendo sido financiada mediante una subida de impuestos, el día de su inauguración colgaron en ella un letrero que decía: “Dios lo quiso, el rey lo mandó y el pueblo lo pagó”.
Su enclave original fue la plaza de Antón Martín, desde donde fue testigo del Motín de Esquilache. A finales del siglo XIX, los vecinos pidieron al Ayuntamiento que en su lugar se colocara una farola que iluminara la plaza. Tras un breve paso por el parque del Oeste, en 1941 se trasladó a su emplazamiento actual. Sin duda es uno de los monumentos de Madrid con una vida más azarosa, desmontajes y reformas, pero que aún conserva la esencia del proyecto inicial de Pedro de Ribera. Es una de las pocas fuentes del siglo XVIII que se conservan en la capital.
El monumento gira en espiral desde la base, sujeta por cuatro delfines mitológicos, hasta la cúspide, donde una Victoria alada toca una trompeta, simbolizando que, a pesar del triunfo, la fama no perdura. La fuente se refiere al lema barroco "Carpe diem, carpe horam" (aprovecha los días, aprovecha las horas).
Los cronistas madrileños del siglo XIX, como Mesonero Romanos, defensores del neoclasicismo, sometieron a duras críticas a esta fuente y llegaron a afirmar en diferentes periódicos que debía conservarse para la Historia del Arte como ejemplo de mal gusto. Hoy, la mayoría de quienes disfrutamos de esta preciosa fuente no opinamos igual, y es que el gran Mesonero no iba a tener siempre la razón, ¿verdad?